Rosas para ella
Desde mi sillón, con el sol calentando mi espalda y unos cuantos libros alrededor que suman calor a una tarde tranquila, pienso en lo gratificante que es abandonarse a cualquiera de las historias que nos cuentan los libros. Especialmente en este último año, tan distinto, tan convulso, al que nos condenó el virus que irrumpió en nuestras vidas haciendo trizas nuestras costumbres, nuestros proyectos... Turbando nuestra paz. Los libros han sido para mí un refugio cálido donde aislarse de la turbulenta actualidad que nos desasosiega. Leer es un buen remedio contra la apatía y el tedio, un bálsamo para el espíritu. Miro los libros que llenan alineados la estantería de mi soleada habitación. Libros viejos; libros nuevos, todos me acompañaron alguna vez. Todos me enseñaron algo, de todos aprendí. Vibré con ellos conociendo paisajes y vidas de otros, y sentí lo hermosamente apacible que puede ser la soledad con un libro entre las manos. Al calor de los libros, el alma se despereza.
El que me acompaña ahora luce en su portada blanca tres hermosas rosas con los colores rojo, amarillo y morado que me llevan a otro tiempo. Josefina Carabias escribe sobre Azaña, al que conoció y llamó ‘don Manuel’, y nos cuenta su relación con el que fuera presidente de la República en los años en los que ella frecuentaba el Ateneo de Madrid. Interesante y curiosa, la jovencita, que estudiaba Derecho, se relacionaba ya con políticos e intelectuales cuando todavía no era periodista, aunque ya empezaba a hacer entrevistas. Ella describe esa época con anécdotas contadas con su prosa clara y sencilla, como era ella, como si estuviera hablando en una tertulia de amigos en su pueblo, Arenas de San Pedro. De la mano de su voz escrita, me adentro con ella en charlas interesantes que retratan los entresijos de un tiempo apasionante. Tiempo lejano, que cobra vida con este libro que fue el último que escribió la periodista, que murió de un infarto antes de verlo editado. Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, es la nueva edición de aquel primero, prologado ahora por Elvira Lindo. “Este libro tiene que llegar a las manos de quienes sueñan con ser periodistas, de quienes ya lo son, de las mujeres que anhelan un ejemplo de coraje...”.
Josefina Carabias fue un ejemplo de coraje. Se rebeló contra todo lo que le cortara las alas con las que quería volar. “Algo de cocina, algo de música, algo de costura...”, era la educación para las mujeres acomodadas de entonces. Ella no quería eso, ella quería mucho más.
En el libro de un paisano suyo, Lucidio Sánchez Ortigosa, leí hace poco la entrañable entrevista que ella le hizo a la campanera del pueblo, “una mujer alta, seca, sarmentosa, como nuestro patrón San Pedro”... “Es cuando Pilar da el toque del alba cuando el pueblo empieza a bullir”. La periodista preguntaba a la campanera:
-Usted también lleva una vida muy dura, tan dura como la de aquellos cristianos medievales.
-¿Medio... qué?
-Es igual, siga.
Y la campanera terminaba diciendo: “Pues mire, a mí todo me parece bien, lo único que quiero es que se arregle la campana gorda pa poder echarla al vuelo como en vida de mis padres”. Era la Josefina Carabias, familiar, cercana, amante de su pueblo, que conocí mejor a través de sus crónicas deliciosamente sencillas.
Escribe Josefina Carabias, era el nombre de su popular columna, que mantuvo hasta su jubilación, y que a mi madre le encantaba leer en voz alta. Aún conservo alguna, arrugada y amarillenta, entre fotografías y recuerdos familiares.
Desde la distancia, leyendo su libro, recuerdo hoy su vida apasionante, su lucha valiente por la igualdad de derechos, sus logros, sus premios... Las luces y las sombras de un tiempo vibrante y difícil no le impidieron volar. Volar alto, como esas cumbres de Gredos silenciosas y majestuosas que la vieron crecer y que ella amaba tanto. Sean para ella, entrañable moza de Arenas de San Pedro, esas tres rosas hermosas que dan color a su libro.
Escribe Josefina Carabias, y el calor lo pone ella.