Rosas para ella

Columna de Margarita García-Galán

Desde mi sillón, con el sol calentando mi espalda y unos cuantos libros alrededor que suman calor a una tarde tranquila, pienso en lo gra­ti­fi­cante que es aban­donarse a cualquiera de las historias que nos cuentan los libros. Es­pe­cialmente en este último año, tan distinto, tan convulso, al que nos condenó el virus que irrumpió en nuestras vidas ha­ciendo trizas nuestras cos­­­­tumbres, nuestros pro­yec­tos... Turbando nuestra paz. Los libros han sido para mí un refugio cálido donde aislarse de la turbulenta actualidad que nos desasosiega.  Leer es un buen remedio contra la apatía y el tedio, un bálsamo para el espíritu. Miro los libros que llenan alineados la estantería de mi soleada habitación. Libros viejos; libros nuevos, todos me acompañaron alguna vez. Todos me enseñaron algo, de todos aprendí. Vibré con ellos conociendo paisajes y vidas de otros, y sentí lo hermosamente apacible que puede ser la soledad con un libro entre las manos. Al calor de los libros, el alma se despereza.

El que me acompaña ahora luce en su portada blanca tres hermosas rosas con los colores rojo, amarillo y morado que me llevan a otro tiempo. Jose­fi­na Carabias escribe sobre Azaña, al que conoció y llamó ‘don Manuel’, y nos cuenta su relación con el que fuera presidente de la República en los años en los que ella frecuentaba el Ateneo de Madrid. Interesante y curiosa, la jovencita, que estudiaba Derecho, se relacionaba ya con políticos e intelectuales cuan­do todavía no era perio­­dista, aunque ya empezaba a hacer entrevistas. Ella describe esa época con anécdotas contadas con su prosa clara y sencilla, como era ella, como si estu­viera hablando en una tertulia de amigos en su pueblo, Are­nas de San Pedro. De la mano de su voz escrita, me adentro con ella en charlas in­te­re­san­tes que retratan los en­tresijos de un tiempo apasionante. Tiem­po lejano,  que cobra vi­da con este libro que fue el úl­timo que escribió la pe­rio­dista, que mu­rió de un infarto antes de verlo editado. Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, es la nueva edición de aquel prime­ro, prologado ahora por Elvira Lindo. “Este libro tiene que llegar a las manos de quienes sueñan con ser periodistas, de quienes ya lo son, de las mu­jeres que anhelan un ejemplo de coraje...”. 

Josefina Carabias fue un ejemplo de coraje. Se re­beló contra todo lo que le cor­tara las alas con las que que­ría vo­lar. “Algo de cocina, algo de música, algo de cos­tura...”, era la educación para las mujeres acomodadas de en­tonces. Ella no quería eso, ella quería mucho más. 

En el libro de un paisano su­yo, Lucidio Sánchez Orti­gosa, leí hace poco la en­tra­ñable entrevista que ella le hizo a la campanera del pueblo, “una mujer alta, seca, sarmentosa, como nuestro pa­trón San Pe­dro”... “Es cuando Pilar da el toque del alba cuando el pueblo em­pieza a bullir”. La periodista preguntaba a la campanera: 

-Usted también lleva una vida muy dura, tan dura como la de aquellos cristianos me­dievales. 

-¿Medio... qué? 

-Es igual, siga. 

Y la campanera terminaba diciendo: “Pues mire, a mí to­do me parece bien, lo único que quiero es que se arregle la campana gorda pa poder e­charla al vuelo como en vida de mis padres”. Era la Jose­fi­na Ca­rabias, familiar, cer­­­cana, amante de su pueblo, que co­no­cí mejor a través de sus cró­nicas deliciosamente sen­ci­llas. 

Escribe Josefina Cara­­­­bias, era el nombre de su popular columna, que mantuvo hasta su jubilación, y que a mi madre le encantaba leer en voz alta. Aún conservo al­guna, arru­gada y amarillenta, entre fo­tografías y recuerdos fa­mi­liares.

Desde la distancia, leyendo su libro, recuerdo hoy su vida apasionante, su lucha valiente por la igualdad de derechos, sus logros, sus premios... Las luces y las sombras de un tiempo vibrante y difícil no le impidieron volar. Volar alto, como esas cumbres de Gredos silenciosas y majestuosas que la vieron crecer y que ella amaba tanto. Sean para ella, entrañable moza de Arenas de San Pedro, esas tres rosas hermosas que dan color a su libro. 
Escribe Josefina Carabias, y el calor lo pone ella.