San Fermín no va a los toros
Vestido de blanco, con el pañuelito rojo al cuello, el periódico en la mano y la adrenalina a cuestas, el mozo corría delante de un toro que tenía dos cuernos como dos cañones. Fiel a la tradición de la famosa fiesta que internacionalizara el Premio Nobel Ernest Hemingway, a quien fascinaban los Sanfermines, el mozo se levantó temprano para estar puntual a la hora del encierro. “El que se levante para las seis, delante de los toros correrá; pero San Fermín, que todo lo ve, le verá caer y si tiene fe se levantará”, dice una canción de las muchas que se cantan en la popular fiesta de Pamplona.
Hoy la he recordado viendo la imagen del mozo que corría el encierro y fue alcanzado por uno de los ‘cañones’ de un toro impresionante. Por una curiosa casualidad, el corredor cayó herido delante de un gran cartel con la imagen de San Fermín, al que se encomiendan cada día creyentes y no creyentes con una plegaria antes de correr el encierro: “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, que nos guíe en el encierro, dándonos su bendición”. La bendición y una estampa del santo que fue obispo, reciben los mozos cada mañana antes de recorrer los ochocientos metros que les separan de la plaza delante de unos toros enormes que por la tarde serán toreados: picados, banderilleados y estoqueados hasta morir desangrados en un espectáculo horrendo que debería desaparecer.
El mozo herido se dolía en el suelo bajo la mirada perdida de un santo, que tiene más leyenda que historia, al que se encomiendan los simpatizantes de los encierros. Recordando la canción pensé que, o el corredor no tenía la suficiente fe, o el santo está hasta el báculo de que le carguen con una responsabilidad que no tiene, porque, con estampas y oraciones, el mozo no se levantó y tuvieron que llevarlo al hospital. ‘El capotico de San Fermín’, que dicen los pamplonicas, brilló por su ausencia. Entiendo que los creyentes se encomienden a sus santos cuando atraviesan situaciones difíciles y dolorosas que no pueden superar por ellos mismos, pero ¿pedir protección divina para ponerse voluntariamente delante de los cuernos de un toro de 600 kg, acorralado y asustado, que no entiende de fiestas? Un hermoso animal, noble y fuerte, al que obligan a correr por una calle entre una manada de hostiles humanos enloquecidos por la fiesta y el alcohol. Como dice Eva Güimil en un excelente artículo, “un maltrato animal en riguroso directo”. Desde el cartel pegado en la pared, mirando al doliente corredor tendido en el suelo, apoyado en su báculo, San Fermín hablaba sin hablar: “Para que no te coja un toro, sólo tienes que evitar ponerte delante. No hay más milagro”.
Vengo de una tierra de rancia afición taurina donde no se concibe una feria sin toros. Peñas taurinas, bares repletos de carteles y cabezas de toros, y hasta un toque de campana ‘a toro escapao’, porque alguna vez hubo que perseguir a un novillo que se escapó presintiendo, quizá, el horror que le esperaba. Yo conviví un tiempo con la dualidad de vivir la tradición sintiendo a la vez una pena infinita. Debatiéndome entre lo que me decían y lo que sentía realmente mi corazón.
Confieso que ya no soporto siquiera ver una imagen de un toro que no sea pastando tranquilamente en el campo. Las fiestas de nuestros pueblos, sus tradiciones, su folclore, su gastronomía..., son tan diversas y tan hermosas, que no entiendo cómo aún hace falta añadir el espectáculo bochornoso de ver sufrir a un animal. Cada vez me apetece menos ser tibia con este tema. No se puede suavizar vistiéndolo de tradición, arte y, mucho menos, cultura. Es, simplemente, maltrato.
Con su tiara y su báculo y sus ojos perplejos, desde su hornacina el santo pensará que lo utilizan. A él le gustará la procesión, el chupinazo, los gigantes y cabezudos, el txistu, el baile... Pero el santo, que fue, según la historia o la leyenda, torturado y degollado, no verá con buenos ojos un espectáculo tan cruento. Seguro que San Fermín no va a los toros.