Al son de una habanera

Intento poner en orden un cajón de sastre donde guardo ‘momentos’, instantes de emoción que viví alguna vez y que quise perpetuar en el recuerdo: un verso triste, recitado en un lejano jardín, que duerme en papel cuadriculado sin perder frescura, sin hacerse viejo; un separapáginas, que compré en el Louvre, desde donde me mira la Gioconda, con su enigmática sonrisa, a  veces triste, a veces alegre, a veces melancólica... Siempre hermosa. Fotos, leones alados, tulipanes de primaveras frías, la Torre Eiffel, el pequeño King-Kong que compré, casi rozando el cielo, en lo más alto del Empire State... Todo está ahí, en el orden desordenado en que lo fui guardando, mezclando sensaciones y nostalgias que vienen y van cuando abro y cierro el cajón.

La letra de una habanera me salpica con su música al remover los papeles; ella duerme, también, en el tiempo y despierta de vez en cuando para que yo la cante. Me recuerda aquella tarde que la oí junto al lago de Central Park porque me apetecía sentir in situ lo que sintió Carlos Cano cuando la escribió. “Nací en Nueva York, provincia de Granada...”.
     Siempre me gustó este poeta del pueblo, solidario con los más débiles, que hizo de una murga un himno que vuela con aires carnavaleros, y que cantan los ‘currelantes’ haciendo eterna una canción que quita el disfraz a la utopía. En su Habanera de Nueva York nos cuenta cómo salvó la vida volando en un avión a esa ciudad, escapando de un mal sueño: las ardillas de Central Park querían comerse su corazón de nuez, “pero yo me escapé en un  taxi amarillo”. Qué hermoso canto a la vida desde un corazón rendido que volvía a latir en las manos expertas de un cirujano español, entre el vértigo de la duda y los rascacielos, escapando al zarpazo de esa muerte “que anda por Manhattan con su boca de rata”. Al son de una habanera cantaba su alegría por volver a la vida, y yo la oía en el banco de un parque increíble, junto a un lago imposible, viendo jugar a unos niños que hacían de su risa otra invitación a vivir. Pero, años después de aquella milagrosa aventura, volvió la hambrienta ardilla, que estaba escondida en un esquina cualquiera de Granada esperando el momento oportuno. El más inoportuno de los momentos. Y esta vez ningún taxi amarillo pasaba por allí. Y se quedó solo, peleando con la voraz e inmisericorde ardilla. Ganó ella, y se comió de un bocado su sensible corazón de nuez. En un día gris, en una noche sin luna, volando entre nubes negras cruzó el cielo de Granada en un viaje sin retorno que lo elevó por encima de la Alhambra, alejándolo de su belleza y del paisaje helado de esas cumbres nevadas que lloraban por él lágrimas blancas. Se acabaron las murgas, las coplas, las habaneras..., y aquel fado hermoso que me gusta oír cuando voy a Huelva y, sentada en la dorada soledad de una playa, me dejo llevar por las mareas. Entre la bajamar y la pleamar, el mar canta para mí un nostálgico fado, salado y azul.
     Carlos Cano era un poeta comprometido, “una persona independiente a quien le interesaba el mundo más allá de sus fronteras”. Me pregunto qué pensaría hoy de esos aires nuevos, tan viciados, que contaminan el mundo. Allá donde nació su habanera, la música suena estridente, con notas discordantes, con cantos de sirena. Xenofobia, chovinismo, machismo, decretazos, patriotismo infantiloide... Todos los ingredientes necesarios para hacernos sentir escalofríos. El cantautor podría hacer con ellos otra habanera, que no sería alegre como la de Cádiz, ni vital como la de Nueva York; sería una música triste llena de prejuicios, de muros, de mujeres florero, de ventanales dorados y cortinas de humo... Sería un canto al desatino. Una habanera imposible. Prefiero seguir soñando con otras músicas; con fados azules que canta el mar besando la arena de playas doradas, evocando una entrega de amor. Prefiero perderme en las playas de Isla, donde rompen las olas, y sentir que aún me interesa todo: el mar, la música, los libros, los poetas, la gente, el amor, las primaveras...
     Al son de una habanera, siento que me importa el mundo más allá de sus fronteras.