Superlunas

Columna de Margarita García-Galán

Solemos mirar a la luna bus­cando en su luz pla­teada el halo de misterio que la envuelve. La mi­ra­mos con distintos ojos, de distinta manera, in­ten­tan­do imaginar lo que esconde. Su luz misteriosa, atrayente y mágica, ha sido y seguirá siendo fuente inagotable de inspiración para los poetas. Cuando salga este artículo, una luna inmensa habrá brillado en el cielo ilumi­nando como nunca la no­­­- che de mayo. La superluna, o ‘luna de las flores’, la más grande de 2021, mostrará su belleza antes de perderse en un eclipse total.

La última vez que vi una superluna estaba en un mon­te alto, silencioso y os­curo, mirando el cielo es­trellado desde una manta tendida en el suelo. Un coro de grillos, ajeno a mi em­be­leso, acompañaba el mágico momento con su música os­cura, añadiendo belleza al sublime momento de paz. La luz de la espléndida luna lo llenaba todo, y mirándola recordé la plegaria a la luna que cantaba Norma en la maravillosa voz de María Callas: “Templa, oh diosa, los corazones ardientes... Esparce sobre la tierra esa paz que haces reinar en el cielo”. Noches plateadas de luna llena, luna rosa, luna de sangre, luna de fresa, su­per­luna... Lunas eterna- mente románticas, nos­tál­gicas, espectacularmente her­­­mosas, que esconden recuerdos inolvidables de momentos que nos hicieron vibrar.

Pero hay otras lunas, más cercanas, más tangibles, menos espectaculares, pero infinitamente hermosas. Aun­­que no cuelgan del cie­lo, irradian su luz innata iluminando momentos de terrible oscuridad. La su­per­luna de mayo se ade­lantó al día 21, y se asomó a una playa de arenas so­li­da­rias donde hombres y mu­jeres, militares, policías, guardias civiles, volun­ta­rios..., se dejaban la piel arriesgando sus vidas para salvar otras vidas. Jóvenes, niños, mujeres, bebés..., vidas a la deriva en un mar de nadie intentando salir a flote de la marea de pe­nurias en la que malviven en sus países. Cruzaban nadando, desde la orilla negra hasta la orilla blanca, esa orilla soñada que imaginan como el paraíso para su desesperanza.

Y allí estaba ella, una Lu­na rubia de ojos nobles, con su mascarilla y su chaleco de la Cruz Roja, iluminando la oscuridad, el desconsuelo de un senegalés que lloraba en la arena. Dolorido su cuerpo, rota su alma por­que el sueño de futuro nau­fragaba. La chica de la Cruz Roja le dio de beber y consoló su llanto de la mejor manera que pudo. Le dio un abrazo, un cálido abrazo, mientras el mi­grante se derrumbaba. Su gesto hermoso ha dado la vuelta al mundo y ha levantado un aluvión de críticas favorables aplau­diendo su humanidad. Tam­bién otras, oscuras, infames, hirientes hasta la náusea. La vileza humana no tiene límites. Por suerte, la generosidad tampoco. 

Ella, auténtica superluna de mayo, se emocionaba re­cordando el momento: “Llo­­raba, le tendí la mano y me abrazó, y ese abrazo fue como su salvavidas”. Llo­ra­ba él,  lloraba ella,  y llo­rábamos muchos viendo esas durísimas imágenes de la playa. 
Entre la desesperanza, la tristeza y el desconsuelo, la luz de una Luna hermosa, valiente y solidaria, ilumi­naba el desamparo de los que no tienen nada. 

Luna fue en la playa la luna rosa, la luna de sangre, la luna de fresa... 

Luna fue la luz de todas las lunas. 

Nunca una superluna fue tan hermosa. Nunca brilló tanto entre el sufrimiento de los olvidados. Da igual los motivos, da igual de quien sea la culpa. Ellos, los que huyen, estaban allí ju­gándose la vida para es­- capar de una mala vida. Na­dando contra corriente pa­ra llegar a esa otra orilla que tampoco les garantiza un futuro. Los que tienen en sus manos poder paliar el dolor de tantos, deberían sentir vergüenza por po­nerse de perfil y mirar hacia otro lado. 

Gracias, Luna, por mirar de frente con tus ojos nobles. Gracias por ser el salvavidas de un alma a la deriva. Gracias por ese abrazo inmenso que enjugó su llanto. 

Tu humanidad nos representa. 

Como decía Neruda, “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.