El tono de los mensajes

Artículo de Margarita García-Galán

Bajábamos por aquella calle que recorríamos varias veces al día. Ellos, los niños, cuatro veces; yo, que los llevaba y traía del colegio, ocho. Ve­nía­mos charlando como siempre de lo que habían hecho en el cole, del recreo, de los amigos con los que jugaban..., y en­tonces el niño me preguntó: ¿Qué vamos a comer hoy, ma­má? Lentejas y filetitos de po­llo, le dije. Y seguimos ba­jan­do la cuesta. Ya en casa, sen­tados a la mesa delante de las humeantes lentejas y los filetitos, que comía sin mucho entusiasmo, el niño, que ten­dría unos 9 años me dijo, muy convencido, que quería ser ve­ge­tariano... La niña, más pe­­­­­­­­queña, no dijo nada; siguió comiendo tranquilamente mi­rando a su hermano y es­­­­perando expectante la respuesta de la mamá, que estaba acostumbrada a debatir con ellos de cualquier tema. Le dije que no pasaba nada por ser vegetariano, que podía ser­lo si quería, pero que ten­dría que esperar a ser mayor, que los niños tienen que comer de todo para estar bien alimentados mientras crecen, y la carne aportaba unos nu­trientes muy necesarios. Bas­- tante precoz, el niño fun­damentaba bien su idea de prescindir de la carne, y el debate se alargó. La niña nos miraba, y en un momento dijo que a ella le gustaba más el pollo que las lentejas. Ante mis argumentos, inne­go­cia­bles, el tema se zanjó con el ni­ño resignado -que no con­vencido- a seguir comiendo carne hasta que fuera mayor.

Muchos años después de aquella charla, en otra comida familiar, la niña que prefería el pollo a las lentejas dis­frutaba de una atractiva y co­lorista ensalada, mientras el niño que quería ser vege­ta­riano devoraba entusiasmado un enorme chuletón ‘al pun­to’, y cerraba los ojos sa­boreando la excelencia de tan tierna y sabrosa carne. Menos mal que querías ser vege­ta­riano, le dije riendo, y él me contestó rotundo: quería, pe­ro tú no me dejaste.

He recordado aquella con­versación lejana oyendo la marea de críticas que ha recibido el ministro Garzón hablando de la conveniencia de consumir menos carne porque mejoraría nuestra salud y ayudaría a frenar el impacto de las emisiones nocivas. No soy vegetariana, pero me apasionan las verduras y no cambiaría por nada un tomate con sal, pero  vengo de tierras castellanas donde la ternera es otro monumento que ofrecer a los turistas. Como las murallas, los castillos medievales o las yemas de Santa Teresa, la excelencia de su carne es un atractivo más. Pero no entiendo bien el revuelo que se ha formado por unas declaraciones que quizá han sido poco  claras, ino­por­tunas en tiempo y forma, pero se ajustan a lo que viene diciendo desde hace mucho tiempo la OMS, la ONU y los investigadores en los últimos años. 

No hay que dejar de comer carne, solo hay que moderar su consumo. Cuando oí al ministro hablar sobre esto pensé en mi madre, castellana y refranera, que habría dicho lo que decía siempre cuando algo no la convencía del todo: “Qué bien cantas, pero qué mal entonas”. Está claro que nues­­tro pla­neta, nuestro her­moso pla­neta azul, necesita una atención urgente. No creo que nadie dude, a estas al­turas de la vida, que se está deteriorando a pasos agi­gantados. El cambio cli­­mático es una amenaza seria a la que hay que poner remedio. Las im­pactantes inun­da­ciones de Alemania y Bélgica son un ejemplo más de que algo es­ta­mos haciendo mal. Los men­sajes de los políticos al res­pecto tendrían que ir acom­pañados de políticas se­rias, eficaces, a veces im­­­populares, que ayuden a buscar el equilibrio entre el necesario desarrollo industrial y el freno a los excesos que causan el preocupante cam­bio en el clima. 

No tendría que ser tan difícil hacer po­líticas de consenso en aras de pre­ser­var para las ge­ne­raciones fu­turas el mundo tan bello en que vivimos.

Nuestro planeta se duele. Se queman los bosques, se mueren los mares, se inun­dan los pueblos... Son lla­­­madas de socorro que no se pueden ignorar. 

Hay que seguir cantando, pero entonando mejor.