Las siete vidas de ‘Nika’
La veo corretear por el salón haciendo magistrales regates con una uva moscatel que me ha quitado de las manos.
La veo corretear por el salón haciendo magistrales regates con una uva moscatel que me ha quitado de las manos. La pequeña gata, que se mueve con una agilidad asombrosa, pasea sus preciosos colores de pelo brillante y sedoso y me recuerda, inevitablemente, a todos y cada uno de esos perros y gatos que vivieron con nosotros muchos años de felicidad. Todos eran historias tristes a las que dimos un final feliz. Les quisimos, nos quisieron, y nos dejaron para siempre el hermoso recuerdo de su cariño incondicional y su fiel compañía. Pienso en ellos especialmente ahora, que juguetea a mi alrededor la gatita multicolor que se empeña en meter goles con su dulce pelota con sabor a moscatel. Bajo el sofá aparece y desaparece enseñando el rabo y los bigotes y su original abrigo de retales negros, blancos, rubios, rayados... Y veo a Robin, a Yoko, a Cuqui y a Nico, como si se hubieran reencarnado en esta gatilla de ojillos chispeantes, vivaracha y cariñosa que ha vuelto a convertir la casa en un territorio felino, una alegre gatera de selva urbana donde reinan por derecho sus bigotes. Pero ella, que se llama Nika en homenaje al maravilloso gato rubio que fue muchos años mi sombra, tiene una historia detrás; una conmovedora historia que la trajo hasta nosotros cuando ya no pensábamos tener más animales en casa.
Estaba medio muerta en una clínica veterinaria, esperando la inyección fría que le cerraría los ojos para siempre. La pequeña gata, de sólo dos meses, se había caído de un tercer piso y estaba malherida, dolorida y sin poderse mover. Los dueños no se hicieron cargo de los tratamientos que necesitaba para ver si se podía curar, y allí se quedó, abandonada a su suerte, a su mala suerte, esperando el triste final de su corta vida. Pero, por esas casualidades hermosas que se dan de vez en cuando, alguien que estaba en la clínica con su perro, la vio y preguntó qué le pasaba a aquella bolita sedosa que se dolía indefensa con un maullido lastimero. Y entonces le contaron su historia, y se le partió el alma. Él, salvador de perros, gatos, palomas y caracoles, se conmovió con la mirada suplicante de aquella gatita de originales manchas y lunares que estaba a merced de lo que quisieran hacer con ella. Y la suerte le llegó en forma de mecenas con alma de San Francisco de Asís: el dueño de aquel pastor alemán negro-fuego, que dormitaba plácidamente a sus pies, se hizo cargo de todo lo necesario para que aquella gatita asustada tuviera otra oportunidad de vivir. Desde el primer momento, la empatía entre ellos fue increíble. Él seguía la evolución de la gata a través de fotos y vídeos que le mandaban los entusiastas veterinarios que la cuidaron con mimo desde el primer momento. Y se emocionaba más y más viendo las ganas de vivir de aquella superviviente sedosa y cariñosa que se dejó una de sus siete vidas en un triple salto mortal.
Pero le quedaban aún seis vidas por vivir y le dieron la oportunidad de disfrutarlas. Y ella, gata indefensa, peleó como una leona por sobrevivir. Cuando terminó su estancia en la clínica, ya estaba lista para ser adoptada. El chico que se apiadó de ella y le salvó la vida, se la llevó a su casa a formar parte de una singular familia de perros y gatos que viven felices al amparo de su alma sensible. Era el final feliz para una gata que estuvo a punto de dejar de serlo. Un gata que, como el gato de Neruda, sólo quería ser gato. “Todo gato es gato desde el bigote a la cola”. Y, para rizar el rizo de su buena suerte, la gatilla de suave abrigo multicolor llegó a nuestra casa, en una especie de custodia compartida, porque aquí estará más tranquila y acabará de recuperarse sin sobresaltos. Ella es ahora mi prioridad, y lo que hizo por ella el que será siempre su dueño, un referente en mi vida.
Con su pelota de uva, la pequeña gata que escapó del frío sigue jugando, regateando las esquinas del sofá, escalando cortinas, cazando mosquitos imaginarios... Sabiéndose a salvo, cuidada y querida. Desde el bigote a la cola, Nika es ahora una gata feliz.