Caminos de iniciación
Solemos considerar camino iniciático a aquel que, desde un punto alejado cualquiera, tiene como destino común un ‘lugar’ al que atribuimos cualidades espirituales de índole vital.
Da igual hablar de espiritualidad, kilómetros, meses o años; en algunos casos, el recorrido supone toda una vida. Sea o no practicante religioso el caminante, lo iniciático es la eterna búsqueda del alma humana en pos del Conocimiento (con mayúscula) que le permita nacer en un círculo de luz; nacer en el “claro del bosque” del que nos habla María Zambrano. Cada cual elige el camino que más se adecúa a su cosmovisión. Los hay lúdicos, con aspiraciones místicas, de carácter aventurero y paisajista... Y están también los caminos forzados y tenebrosos que tienen como finalidad salvar la vida; huir del hambre o de la guerra; caminos ásperos que laceran los pies y el alma, en los que lo ‘iniciático’ no parece tener cabida. No quiero olvidarme de ese otro, fraudulento, de escaparate, contemplado recientemente en el centro de Praza do Obradoiro: Tres jóvenes ataviados con ropa deportiva impecable (los tres a juego), saltando con alegría y euforia fingidas mientras se graban a sí mismos con la catedral de fondo. Camino sin duda recorrido desde su hotel hasta la plaza, recién duchados y peinados. Dos chicas y un chico. Como contraste y contrapunto, veíamos a aquellos que, recién llegados, exhaustos, rotos de cansancio, con el rictus de la duda en el semblante, y que tal vez se estuvieran preguntando si lo habían ‘logrado’.
Deseo hablar de un camino de música que emprendió León Gieco, músico y cantante argentino, que fusionaba música popular y rock. Estoy seguro de que les sonarán estos versos cantados que popularizó Mercedes Sosa, y en nuestro país, Ana Belén:
“Sólo le pido A dios / que el dolor no me sea indiferente. / Que la reseca muerte no me encuentre, / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”.
En 1981, León Gieco, junto con amigos músicos como Gustavo Santaolalla, y material instrumental y de grabación, recorrió Argentina durante cuatro años, de sur a norte, recogiendo la música que se hacía en las distintas regiones por las que iban transitando: música del pueblo hecha por el pueblo, amén de ofrecer su propia música en los lugares a donde llegaban. A este camino lo llamó “de Ushuaia a La Quiaca”. Ushuaia, ubicada en el extremo sur de la Argentina y capital de la Tierra de Fuego, fue el punto de partida hacia La Quiaca, considerada la ciudad más septentrional del país y lugar fronterizo con Bolivia. A este camino, verdaderamente iniciático, le dedicó Gustavo Santaolalla una hermosa composición pulsando el ronroco, instrumento de cuerda boliviano que en manos del músico transporta a alguno de los cielos que la música abarca. En ciertos matices sonoros de esta composición, me ha parecido encontrar vestigios de música precolombina.
Este tema pasó a formar parte de la banda sonora de la película Diarios de motocicleta, otro camino iniciático muy semejante al de León Gieco y Gustavo Santaolalla. En esta ocasión protagonizado por Ernesto Guevara y su amigo del alma Alberto Granado que, faltando unos meses para acabar sus carreras de medicina y bioquímica, respectivamente, decidieron emprender este camino hacia el norte, en dirección a Venezuela, para conocer de primera mano el modo de vida de los nativos de las diversas regiones a su paso.
Y, sin saberlo, acudieron a la cita con sus respectivos destinos.