Delirios de la razón

Es común que queramos tener razón; que nos la den; que nos asista siempre la razón, como si se tratase de un aliado esotérico con el que nos sentimos protegidos y que suelen llamar ángel custodio

En algunas culturas, los aliados se describen como antiguos y temibles guerreros de aspecto feroz que previenen de la proximidad de demonios. El amparo de la razón es como el sentimiento de sentirse cabal frente a las evidencias de ninguneo que muestran otros a nuestras espaldas, o peor aún, en nuestra presencia. 

Un ejemplo delirante es el tam-tam industrial que nos venden como música, hasta que un nuevo y pingüe negocio aparezca al volver una esquina. Entonces quitan a unos -les retiran la razón- y nos presentan a otros, investidos con las razones de los despojados. Aunque los unos hayan se­du­cido a una grey de seguidores in­condicionales, estos pronto se diluirán en la estela que el siguiente va generando con las mismas razones incontestables: Que no pare la fiesta; que no decaiga el delirio! ¿A dónde van los éxitos que ya no venden?

Escucho a los entrevistados con su repentino fulgor y no me puedo sustraer al desencanto que deberán afrontar cuando ya nadie ‘pinche’ sus canciones. Habrá que esperar turno para cuando la ‘arqueología musical’ las desentierren del olvido porque dejaron de  generar beneficios. Y parecerá que les devuelven la razón, aunque estos y aquellas (sus autores) ya se estén ganando el pan con un oficio, en el que la única música sea la que se descuelga de los altavoces de un falso techo de escayola. Es imposible no sentir empatía con esos jóvenes que creyeron haber encontrado un camino floreciente, sin saber que en un recodo serán despojados de sus mejores ilusiones.

Así pues, el músico a su música, con sus razones innegociables y cabalmente alejado de las fábricas sonoras que ignoran absolutamente todo acerca de los misterios de la música. La música es un sentimiento que atañe a los asuntos del universo, donde no habitan la razón ni la obsesión contable, aunque los sucesos tengan lugar en nuestra dimensión planetaria.

Recientemente, ha saltado la noticia de un breve frenado en el movimiento rotatorio de nuestro planeta debido al irresponsable deshielo de los polos; también en el movimiento giroscópico del núcleo. Más pronto que tarde habrá quienes intenten arrebatar la razón a la ciencia que ha detectado estas anomalías, arrogándose la verdad única; otra vez más; en realidad, la de siempre: “El mundo es nuestro, y lo será por los siglos de los siglos, porque fue puesto a nuestra disposición por el Poder Su­pre­mo, in­vistiéndonos como especie privilegiada y centro del Universo”. En el universo música, un tanto de lo mismo: cuando un compositor ponía aire fresco y fragancias desconocidas en sus partituras, distanciándose de la ortodoxia fosilizada de la época, lo inmediato era arrebatarle la razón y condenarlo al ostracismo, señalando fanáticamente lo pecaminoso de su arte. Cruzar las manos sobre el teclado porque así lo requería la ejecución de una determinada obra nueva, era considerado algo casi blasfemo por los académicos del momento. Afor­tuna­damen­te, todo eso quedó sepultado  bajo el polvo de aquel tiempo. 

Pero no todo lo novedoso trae consigo efluvios balsámicos que apacigüen existencias tortuosas con sus sentimientos de decepción. Cuando una música precisa de complementos químicos o etílicos para ser disfrutada, los portales que se abren a ciertas dimensiones de felicidad son de dudosa eficacia, salvo que en la persona habite un músico o un poeta. Aunque no siempre.

Muchos empezaron su andadura musical componiendo obras encaminadas a comprender el universo; intentos valientes, atrevidos; algunos aún vigentes. Pero hay que poner pan en el estómago. Otros ponen la delgada línea que cruzar para arrebatarles su más que noble razón.