Hara

Llamamos jondo al arte flamenco que se canta desde la visceralidad. En esa zona del vientre habita una importante red nerviosa también llamada plexo solar. 

Algunas escuelas y disciplinas que estudian y trabajan con las energías de nuestro organismo, sitúan en el plexo solar el principal foco de energía de nuestro ser, el centro vital, y es desde ahí de donde emanan las voces capaces de hacer vibrar el diapasón nuestro, la horquilla sonora que nos hace humanos.

A veces son voces desgarradoras, portadoras de dolor indefendible que nos desabrocha el lacrimal y que, en ocasiones, llamamos insensiblemente ‘aguardentosas’. Vo­ces rotas, quebradas por el empuje que desde el plexo se da a la palabra para que surja de las profundidades del ser hacia la luz convertida en mú­sica. En otras ocasiones, las voces se nos brindan como acordes límpidos que, con pa­labras diáfanas filtradas por el corazón, nos acompañan a un futuro próximo y probable, infundidas de optimismo o cordial melancolía. Muchas de estas voces ya se fueron, pero la invención humana permite reproducirlas sin su presencia para que la orfandad tenga un legado que no duela. El último ejemplo de esto que digo es la inevitable despedida de don Pablo Milanés, cantor surgido de las entrañas del planeta, de su plexo, como clamor volcánico que estremece. En ciertas canciones, creo reconocer timbres de tenor que me recuerdan a Andrea Bocelli, una de las voces más limpias que me gustan del bello canto. Buen viaje don Pablo, a donde quiera que migren las consciencias que cantan al mundo. Seguro que tiene su eco en el sueño del ‘gigante’.

En la cultura tradicional de Japón, Hara es el término con que se nombra esa parte del vientre donde “habita la vida”; así pues, será fácil entender qué significa la expresión Hara kiri. Esta aceptación del centro vital que desde antiguo asumen los japoneses, me lleva a concluir que, probablemente, sea por ello que allí haya cuajado tan llamativamente el cante jondo: por su visceralidad y por la hondura de donde surge. Me tomo la libertad lingüística de establecer cierta familiaridad fónica entre ‘jondo’ y ‘Hara’ (perdonen los estudiosos). Los pasos perdidos de las palabras en la penumbra del tiempo emergen de las profundidades y nos dejan atónito el pensamiento. Sirva como ejemplo el reciente hallazgo arqueológico en el País Vasco, ‘La mano de Irulegi’, una pieza de bronce en la que están grabadas palabras atribuidas al antiguo vascuence, y que hacen concluir a los investigadores que esta lengua tenga un origen de algo más de dos mil años; y no procede de la rama indoeuropea. De momento (y ya hace tiempo de eso), queda sobre la mesa etiquetado como ‘misterio por resolver’.

Los músicos de instrumentos de viento (metal y madera), han de ejercitarse desde los inicios a llevar el aire hasta el vientre y tensar el diafragma para alcanzar la potencia sonora de sus instrumentos. En el vientre estallan las más poderosas emociones y los miedos más antiguos; todos hemos sentido esto alguna vez. Llámese Hara, plexo solar o visceralidad, todos tenemos en esa región la cicatriz que atestigua nuestra llegada a la vida. Tal vez, la ingeniería biológica que nos construye desde hace milenios, eligió esa ubicación por razones prácticas. Pero que ahí se gesten músicas, miedos y sentimientos, me lleva a pensar que el universo probablemente tenga algo que ver. Hay un parecido razonable entre el plexo solar y nuestra galaxia.