El mundo es un pañuelo

Columna de Miguel Segura

Pañuelos para el moqueo, para el embozo, para el hedor de la muerte. Pañuelos para lágrimas, pañuelos -en otro tiempo- para las despedidas. Perviven los pañuelos para humillar al toro -o librarle de la muerte- y premiar al matador. Blancos pañuelos que antaño se blandieron como bandera de tregua o paz, que ya no se acostumbran. El pañuelo anacrónico que asoma en la chaqueta, añoranza de una época casi desterrada. Pañuelo en otro tiempo que era de obligado cumplimiento -para el caballero- llevar en el bolsillo, inmaculado, de fina hilatura, y a ser posible aromado, para tenderlo a la dama que lloraba: pañuelo de caballero, de hombre, pañuelo consolador. 

Los de las damas -al­­­­­gunas- eran bien distintos: de seda, con encajes e iniciales, inocentes señuelos con los que atrapar la atención de varones en Babia, dejándolos caer a su paso, distraídamente. 

No quiero olvidar el pa­ñuelo oncológico; el velo de Sherezade; o el pañuelo de sangre, testimonial, mientras suena de fondo la al­bo­reá: pañuelos de mu­­­­­­jer; pañuelos im­puestos.

El mundo es un pañuelo con demasiada sangre, demasiada inmundicia, demasiadas lágrimas.

Pero está el pañuelo ondulante y colorista de María Dolores Pradera que lucirá por siempre jamás, aunque no se estile.

También Joan Manuel Serrat le canta al pañuelo. Un pañuelo con un corazón dibujado que quedó guardado en el cajón de los pequeños grandes recuerdos.

En Chile se baila la Zamacueca, en la que ambos danzantes agitan con su mano derecha un pañuelo blanco en el aire, sobre sus cabezas.  Asimismo, en el baile de la Marinera -dedicado a la marinería-, la bailarina hace ondular lateralmente su pañuelo blanco, que representa el movimiento suave de un barco a merced de la mar, en memoria del navegante ausente.

Las madres en Plaza de Mayo (1977) han usado el pañuelo blanco como un símbolo de lucha, paz, verdad y justicia. De esa manera se identificaba la multitud que peregrinaba hacia la basílica de Luján para reclamar el regreso de sus hijos secuestrados, y como expresión de los derechos humanos.

Hay muchos otros pañuelos que el lector despertará en su memoria: rojos festivos, negros de estricto luto, estampados multicolor y veraniegos...

Pero deseo destacar aquellos de vocación humanista, fronterizos, en la penumbra donde es posible la luz para ver sin que dañe su relámpago, y donde la oscuridad de la ca­ver­na no nos engulla: pa­ñuelos para la música y la poesía.

Pa­ñuelos para la paz y la justicia; para el saber humano y su cosmovisión más virtuosa. 

¿Y ahora, qué...? ¿Cuáles se han de blandir para detener esta violenta locura, esta patología incurable del alma que algunos esgrimen convencidos de que el mundo les pertenece? ¿Cuántos inocentes sacrificados? ¿Qué caudal de sangre es necesario? ¿Y dónde quedaron esos otros refugiados fronterizos que deambulan en el barro, ateridos, ignorados porque son diferentes?

Pañuelos en las avenidas; pañuelos en los balcones; en los conciertos; en los colegios; los hospitales; en bosques y desiertos;  por todas partes: Pañuelos Blancos. Para que el mundo sea de verdad un pañuelo.