Músicas del mundo

Columna de Miguel Segura

Hace ya bastantes años, indagando en internet por la música de otras latitudes, hice un descubrimiento que me cautivó. No habría sido posible de otra manera. Su música (salvo rara vez) no se pinchaba en la radio y no aparecía en televisión, pese a que ya era un músico de renombre internacional. Eso me hizo reflexionar, por enésima vez, que la industria discográfica consumista no estaba por la labor de difundir la buena música si no le cuadraban los beneficios. Pero gracias a los medios de los que ahora disponemos, podemos trasladarnos al otro extremo del mundo y descubrir las maravillas que allí brillan con luz propia.

Omar Faruk Tek­bilek, de origen turco y nacido en 1951 en el seno de una familia con gran vinculación a la música tradicional del medio oriente, recibió de su hermano Hadji la primera guía en la música. Un tío suyo, que regentaba una tienda de instrumentos musicales, le enseñó a tocar el laúd turco, los complicados ritmos, las escalas y el lenguaje musical. Fue su primer maestro. Tras la jornada de trabajo, en la que el joven Omar ayudaba a su tío en la tienda, recibía los conocimientos sobre la música tradicional de su pueblo y su cultura. Siendo como es un músico multinstrumentista, el virtuosismo lo alcanzó con la flauta nay, instrumento hecho de caña de bambú y de origen muy antiguo. Se considera que está relacionado con profundas ideas filosóficas, y su sonido posee virtudes relajantes.

Uno de los temas donde mejor se aprecia este don (a mi parecer) es en La otra orilla del río, del álbum Mystical garden (1996): Un paseo por lugares fulgentes y casi olvidados, donde la sensibilidad es la única luminaria que alumbra el sendero oscurecido. Siendo muy joven, entró en contacto con una de las órdenes sufíes más antiguas de Turquía (Mev­levi Dervi­shes).

Aunque no pasó a formar parte de ésta, tuvo en él gran influencia el aproximamiento sufí al espíritu y a la música: Su última obra la titula Amor es mi religión (2017), en la que continúa su infatigable labor de concienciar sobre el amor universal y el distanciamiento de la violencia en nuestro mundo. Un tí­tulo re­cu­rrente adoptado por multitud de artistas del mundo de la música.

Y esto lo convierte en una aspiración universal. En 2006, Omar Faruk dio a la luz su trabajo Tree Of Patience (Ár­bol de la paciencia), en el que hay una breve contribución de Enrique Morente en uno de los temas: “Sentaíto en la escalera/ esperando el por­venir/ y el porvenir que no llega”. Tam­bién consta la participación del per­cusionista armenio Arto Tunç­boyaciyan, amigo desde la infancia y hermanados en la música, confirmando una y otra vez su frontal oposición al enfrentamiento de ambos pueblos, al genocidio (Tur­quía y Armenia), y rompiendo así esa encrucijada entre fronteras. 

Fuimos a verle y a oírle a Cádiz, en el Gran Teatro Falla, en el que hizo un recorrido intenso e inolvidable por toda su obra. Fue la primera vez que visitábamos esta ciudad. En el viaje de vuelta, todos confesamos ha­bernos enamorado de Cádiz.  Ciudad cálida y musical donde las haya.