Que no soy yo
“A veces pienso que tengo suerte / sin una perra y aún me divierte / mi profesión”... Estos versos podría cantarlos cualquiera que se encontrase en tal situación.
Imagino que no deben ser muchos, pero a quienes les pase, que no pierdan nunca ese norte: este poema que canta Joan Baptista Humet. No es un himno, es un canto por el ser humano. Pensamientos en voz alta con música en positivo, sin estridencias. Una más de las quimeras esperanzadas en ver alguna vez a la humanidad devenida en seres de luz. Cada cual lo entienda como desee desde sus altos miradores.
Y si no soy yo, ¿qué ‘cosa’ es la que anima desde los adentros? Como voz susurrada desde la lejanía; como inteligencia no emparentada con la dimensión neuronal, que es inteligencia racional con la que nos ocupamos de las normas físicas que Natura establece en el planeta. Este otro discernimiento, al que llamamos Ser, que nos parece incognoscible, inalcanzable, pero que paradójicamente nos habita, es la ‘lucecita’ que anuncia el cantor como misteriosa presencia (¿el Ser de luz?). Hay culturas, cuyos arcaicos orígenes perdidos en el hilo del tiempo, enuncian (cuando alguien los rescata) la otra inteligencia, la cósmica, a la que se viaja con el único equipaje de la emociones y la sensibilidad que despierta la poesía o la música, junto a otras artes, o la unión de todas, capaces de abrir las pesadas puertas hacia lo desconocido. Se ha dicho tantas veces que el arte es el puente que une lo humano con la trascendencia... De lo humano sabemos mucho; la trascendencia hay que salir a buscarla. Cada cual elige la senda que más se adecúa a su sentir, a su cosmovisión. En ese viaje no hay revisores que nos soliciten el billete. No hay aduanas que hurguen en el equipaje. Sólo la compañía de la luz de las estrellas. Alguna vez habremos oído decir, que con cada alma nueva nace una estrella. ¿Puede ser ésta la causa de que haya tantas y no se puedan contar? Almas de nuestro planeta, y de tantos otros que las siderales distancias nos ocultan.
El cantor enuncia vicisitudes humanas, las que se conocen bien, hasta concluir: “Y esa lucecita que apenas se ve / cuando estoy a solas va diciéndome / que no soy yo / que aún no soy yo”.
En el ‘aún’ hay una esperanza temporal que se resguarda del dolor innecesario, de la muerte infame, inmerecida, injustificable. Son éstas las característica propias de las guerras, genocidios etiquetados de ‘oficiales y estrictamente necesarios’. Ya no nos embaucan; ya tenemos la certeza de que en estas violencias subyacen intereses mezquinos y dinerarios.
Joan Baptista Humet dejó este mundo en 2008, con 58 años de edad, dejándonos huérfanos de canciones humanistas, de esas que, como se dijo, abren las pesadas puertas a la empatía y compasión humanas, requisitos para acompañar a la evolución en su largo viaje.
Tomo prestados los versos de Víctor Jara cuando afirma: “Yo no canto por cantar / ni por tener buena voz. / Canto porque la guitarra / tiene sentido y razón”.
Otro cantor asesinado por cantar. Qué tiene la música cantada que tanto miedo despierta en los demonios que habitan el mundo. Quizá ya lo haya averiguado Joan Baptista Humet en su cósmica existencia. Otros vendrán con su música y sus voces a restañar las heridas. Sean bienvenidas.