Una deliciosa cruzada de Zidrou y Porcel

Artículo de Ramón Pérez

Tras muchos años de ausencia, el caballero Brayard está ya en sus tierras. Aquí llega el momento del regreso de las Cruzadas para encontrar con alegría sus viñas, sus siervos, su castillo, su esposa (cuya seriedad está cuidadosamente asegurada por un cinturón de castidad de la cual solo el hermano de la persona tiene las llaves) y sus mocosos después de siete años de ausencia. 

Muy rápidamente, sin embargo, se desilusiona: su esposa sigue siendo tan fea y habladora, comparando a sus descendientes con “salchichas anémicas”, un bebé iluminado, un nabo cobarde y una alcachofa de Jerusalén espinosa; además, su fiel perro está muerto. 

Brayard está acompañado por Rignomer, un monje, que soportó valientemente, y de alguna manera, las canciones lascivas de su acólito y trae a su congregación las reliquias de un santo, Bertrude La Chaste. En el camino, ambos se encontraran con una gitana bastante pequeña, Hadiyatallah, que dice ser la hija del Príncipe de Alepo. Este último le pide, virgen y segura,  accediendo a rescatar a su secuestrador, Scorback, un amigo de Brayard por mucho tiempo. Pero un imponderable impenitente, cansado, y con las heridas todavía abiertas, nuestro buen soldado de Dios partirá de nuevo a Tierra Santa para acompañar a la joven cautiva: la princesa Hadiyatallah. ¡Piedad y destrucción!

Esta vez, de nuevo, se trata de la Edad Media, de las Cruzadas más particularmente y, como es habitual, Zidrou aprovecha la oportunidad para ofrecer una pequeña lección de la vida. Sin embargo, algo falta en este álbum... un alma. La elección de un trío iconoclasta como improbable, muchas alusiones a la broma privada, algunos in­tercambios tan ní­tidos como sa­brosos (incluso anacrónicos) no son suficientes para hacer de esta pe­queña historia... una cosa hermosa. Ciertamente, el escritor belga inventa una historia a su manera y un desenlace interesante similar a lo que hubiesen hecho los famosos Monty Python.

Deliciosa historia cómica, con personajes pintorescos y entrañables, a pesar de sus horribles faltas, ¡diálogos cincelados con humor, un escenario dinámico y ricos en giros atractivos! Nos reiremos en un montón de guiños regulares al oscurantismo de la época, a los hábitos y costumbres de aquellos tiempos con su violencia intrínseca (los malos encuentros en los caminos y puentes siempre son problemáticos), la dudosa higiene... Los dibujos de Francis Porcel acompañan perfectamente esta aventura emocionante y divertida porque, todos los que conocen la obra de Zidrou no dudarán en que la ternura y la tragedia nunca están lejos... ¡como en la vida!