A día de hoy
A día de hoy, la pandemia no nos ha hecho mejores. ¿Quién fue el iluso que se lo creyó? Quizá, muy al contrario, nos está haciendo más desconfiados y más mezquinos. La crisis de 2008 tampoco nos hizo mejores. No cambió un ápice de nuestra naturaleza egoísta. Vemos de continuo brotes verdes por todos lados. Necesitamos, de continuo, tener la esperanza de que el ser humano, algún día, dará el salto a una sabiduría, que como la zanahoria puesta frente al burro, no llegará a catar. Estamos ávidos de cambios sociales, de giros drásticos, de revoluciones que no llegan, y no nos damos cuenta de que el cambio será individual y personal o no será.
A día de hoy, las redes sociales, siguen vomitando. Mucho ruido y muy pocas nueces. Un lodazal en el que queremos destacar, aunque nada tengamos que destacar.
A día de hoy, nos resistimos a ser uno más en este mundo de siete mil millones de corazones. A día de hoy, seguimos sin querer ser invisibles. A día de hoy, no queremos haber nacido para nada. A día de hoy, queremos dejar nuestra pequeña huella en lo insondable del destino. A día de hoy, no nos damos cuenta de que vivir es lo importante, sin más pretensiones y sin más metas.
A día de hoy, seguimos reivindicando, exageradamente, quiénes somos, qué somos, cómo somos y por qué somos, cuando en verdad, a nadie más que a ti -y ni siquiera a ti- eso debería importarle. “No corras, ve despacio / que adonde tienes que ir es a ti solo”, dejó dicho Juan Ramón.
A día de hoy, seguimos creyéndonos únicos e importantes, irrepetibles, originales. Pero, al contrario de lo que decía Neruda, nosotros, los de ayer, siempre somos los mismos.
A día de hoy, el ser humano sigue tan perdido como cuando dejaba sus huellas en las paredes de una gruta paleolítica. El problema, a día de hoy, es que nos da vergüenza confesar nuestra perdición.
A día de hoy, queremos cambiar el mundo, pero nos da verdadero pavor entrar en las habitaciones oscuras de nuestra casa.
A día de hoy, estamos y nos sentimos tan indefensos como un cazador prehistórico se sentía ante un mamut. Con la diferencia de que hoy, parece, que no debemos sentir miedo.
A día de hoy, estamos percibiendo nuestra debilidad, nuestra fragilidad, nuestro inicuo paso por la vida. Pero no queremos reconocerlo.
A día de hoy, nos reafirmamos en nuestro yo, escribiendo libros y columnas, estando permanentemente en las redes, opinando de todo, intentando salir en una foto inexistente para pasar a una posteridad inexistente.
En fin, termino con un chiste del filósofo Javier Gomá: “Saben por qué en España nadie lee libros? Porque todo el mundo está entretenido escribiendo uno.