Un consejo para la asociación de La Villa
Ay, La Villa, la antigua medina de Vélez-Málaga, nuestra ciudad musulmana, por la que sigue, a pesar de los desconchones del tiempo, paseando la historia por sus estrechas y recónditas callejas. Ay, La Villa, como una vieja dama, con clase, pero arruinada, sigue conservando su pose centenaria y su orgullo de saberse importante. Ay, La Villa, superviviente de perder mil y una batallas, pero con la convicción de que aún no ha perdido la guerra. La Villa, maltratada y arrinconada, por todos, durante demasiado tiempo. La Villa, aún tiene sus botas puestas -raídas y malgastadas- para seguirle plantando cara al futuro y a las nefastas decisiones políticas.
Por las redes me entero de que se ha constituido, recientemente, una asociación que, parece, tiene como fin la defensa de ese enclave urbano, humano e histórico. En principio, feliz noticia, feliz idea, feliz proyecto. Cuánta faltita le hacía al barrio un movimiento asociativo en las últimas décadas. Cuánta faltita le hacía a La Villa, un ente que, por encima de la desarticulada y desestructurada vecindad, tuviera un cierto poder y una cierta autoridad, para defenderla de todos los graves problemas que la asolan desde siempre.
Otro gallo hubiera cantado, en los albores de la democracia, si una asociación hubiera puesto los puntos sobre las íes al olvido de los políticos con respecto a la vida integral del barrio; o cuando pretendieron venderle a sus vecinos, electoralmente, ocurrencias tecnológicas; o cuando las decenas de millones del llamado Plan Urban no surtieron los efectos deseados de transformación global.
Ahora, La Villa, puede que, de la mano de esta asociación vecinal, empiece a llorar y por tanto a mamar. (Porque está clarísimo que en Vélez, el refrán, sigue siendo, lamentablemente, verdadero. Aquí, quien no llora no mama… Así es. Pleno siglo XXI).
En todo caso, y desconociendo qué personas están detrás de esta iniciativa, me atreveré (que la suerte me acompañe) a dar un consejo:
- Que en los estatutos de la asociación se establezca alguna cláusula en la que se prohíba, por un tiempo prudencial, que los asociados den el salto a la política. Todos sabemos que muchas personas, aun con buena voluntad, utilizan determinadas asociaciones para pasar a unas listas electorales, en contra del auténtico espíritu y esencia del asociacionismo. Muchas veces, el salto a la política de algunos miembros hace que el fin y el objeto último de la asociación se desvirtúe y pierda su fuerza de libertad y de autonomía. Entre los egos inflamados de algunos, que quieren llegar al poder, encerrados en el caballo de troya de alguna asociación, y las malas artes de los propios partidos políticos -que cada vez que nace una asociación pretenden desembarcar, solapadamente, a algunos de sus afiliados para que hagan el pertinente control desde dentro- las asociaciones nacen con un pecado original muy difícil de lavar en el tiempo.
La Villa se merece una asociación independiente, plural, compuesta por hombres y mujeres libres que luchen, desde la buena fe, por un barrio único. La Villa no se merecería una asociación manipulable, dependiente, ni con personajes ambiciosos, deseosos de poder y de gloria.