¿Convencido?
Columna de Salvador Gutiérrez
La gente está convencida. Quizá sea lo mejor: si las personas no creyeran en algo a pies juntillas y actuaran, con todas las consecuencias, conforme a esas creencias, sería muy fácil caer en la ciénaga del nihilismo de un mundo y de una vida incomprensibles.
La gente está convencida. Los del Madrid y los del Barça. Los separatistas catalanes y los que sienten a Cataluña como parte indivisible de España. Hay que estar convencidos. De algo. De lo que sea: de la existencia de los extraterrestres, de la sensatez de Trump o de que las revoluciones triunfan sin coste alguno para la libertad individual. Hay que estar convencidos.
Para no volverse locos. Para no empatizar al mismo tiempo con las distintas y contradictorias posturas que cabalgan por este ancho y complejo mundo. Hay que estar convencidos. Para no ser tibios. Ni cándidos. Hay que estar con alguien o con algo. Contra alguien o contra algo. Para ser felices. Para ser nosotros.
No soy del Madrid. No soy del Barça. Y no estoy convencido. A veces, eso sí, viendo a las personas tan convencidas de todo, me siento vencido.
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Tras un gran partido del jugador del Madrid Marco Asensio, los titulares de la prensa deportiva -tan exagerados y eufóricos como siempre-, llamaron al futbolista Asesino, en un juego de palabras que relacionaba el apellido con su habilidad mortífera para conseguir el gol. Después de un mal partido, en el que los goles le fueron esquivos, los periódicos se apresuraron -siguiendo con el derroche de ingenio- a llamarlo Ausencio. La prensa deportiva es la avanzadilla de la precipitación en nuestra sociedad: te encumbra o te destrona en un santiamén, sin tomarse el más mínimo tiempo para la mesura o la reflexión. La sociedad se ha contagiado de los vicios de la prensa deportiva. La precipitación -sin premeditación ni alevosía- se ha instalado en nuestro mundo: las redes son el más radical ejemplo.
Habla, opina, actúa y luego piensa. Esa parece ser la consigna en la actualidad. Con qué rapidez prejuzgamos y juzgamos. Con qué rapidez etiquetamos. Con qué rapidez utilizamos los adjetivos. Con qué precipitación damos nuestra opinión sobre los asuntos más enrevesados y complejos. Salimos demasiado pronto a la plaza pública (entendiendo ésta en su más amplio sentido), con una u otra intención, sin los deberes hechos: sin sosiego y sin reflexión.
Pensar no está de moda. Y sí el decir rápido, irreflexivo y desmesurado. Hay que hablar, porque hay que estar en la plaza. Pero, hoy en día, se baja a la plaza no para intercambiar pensamientos y reflexiones sosegadas y meditadas, sino para que los demás te vean y se sonrían con la superficialidad de un meme o con la tristeza de un argumento tópico y manido.
A la calle habría que salir meados, leídos y pensados.