Esto se hunde

Columna de Salvador Gutiérrez

Jamás ha estado el mundo, a nivel medioambiental, tan al filo de la navaja. Jamás tan al borde del precipicio. Jamás, los seres humanos, hemos estado tan informados de lo que se nos viene encima, no solo para la naturaleza, en abstracto, sino sobre nuestras propias cabezas, sobre nuestra calidad de vida y sobre nuestra propia salud. Es más, como especie tenemos el agua al cuello y, posiblemente, los días contados. El apocalipsis está a la vuelta de la esquina, lo vemos cada vez más cerca y casi lo rozamos ya con nuestros dedos, con esos dedos rollizos y felices con los que manejamos con soltura nuestros móviles y  ordenadores.

Este es, sin duda, el principal problema que nos afecta, el que menos vuelta atrás tiene, el que no tiene espera, el que no admite ya reuniones infructuosas de políticos, ni leyes que no se cumplirán. La cosa está fea y huele mal. No hay un solo estudio, una sola estadística, que dé un cierto margen a la esperanza. No la hay. 

Pero mientras el desastre llega inexorablemente, mientras el barco se hunde, seguimos tocando melodías en la cubierta de ese Titanic maravilloso que es el mundo; los ciudadanos seguimos confiando la solución del hundimiento final a los gobiernos y parlamentos nacionales. Seguimos creyendo en estructuras políticas y administrativas deci­mo­nó­­nicas que muy poco o nada pueden decir en una catástrofe de dimensiones globales. Como en la película de los Hermanos Marx, seguimos sin bajarnos del tren y sin pararlo, pero despojándolo de sus maderas para obtener combustible, en una estéril huida hacia adelante.

Y en ese trance, nos  embelesamos con los pequeños y, a la postre, intrascendentes problemas domésticos; nos seguimos enfrascando en meras discusiones terminológicas: izquierdas versus derechas, ultraderecha versus ultraizquierda; analizamos con precisión de cirujano, y hasta la saciedad, si el fascismo o el comunismo están resurgiendo en Europa, cuando el verdadero y auténtico peligro flota en los mares en forma de plástico o provoca que los casquetes polares se vayan derritiendo con la misma rapidez que un cubito de hielo lo hace en un vaso de café caliente.

La política, en su sentido práctico, jamás ha estado tan alejada de los problemas reales de las personas y del mundo. La política y el sistema de partidos han perdido el Norte y se han quedado paralizados analizando la semántica de las cosas. Nuestra sociedad feliz también le sigue el juego a muy buena distancia, más preocupada por lo anecdótico, más preocupada por librar a las gallinas de los gallos violadores que por llegar al tuétano y al meollo del asunto. El problema es que a los que no tienen conciencia del peligro que corremos les sobra ambición, poder y dinero. Y a los que tienen cierta conciencia, les falta coherencia y sensatez. Y es que con esnobismo, con fácil postureo, con simples intenciones buenistas, el barco va a acabar hundiéndose  antes de lo previsto.

Este Titanic se hunde y seguimos tocando en la cubierta, la diferencia es que en el barco real se tocaban piezas clásicas y emotivas. Aquí, mientras el Amazonas arde inmisericordemente, estamos tocando el Paquito Chocolatero.