Falta de temas
Tengo que confesar que se me están agotando los temas con los que decorar esta columna quincenal y, no precisamente, por falta de ideas -permítanme la falta de humildad-, sino porque cada día se hace más complicado escribir sin dañar la delicada piel de personas, colectivos, asociaciones, gobiernos y ayuntamientos. No descubro nada nuevo. Se ha dicho siempre: la peor censura es la autocensura.
La primera piedra en el camino que uno se impone para que una columna no sea el basurero en el que vomitar nuestra bilis más negra es la de la ética. Es decir, no escribir con las tripas, con el odio o con el corazón herido. Uno podría utilizar este pequeño pódium para desparramar determinadas venganzas personales o arremeter contra personas, grupos o partidos políticos que te hayan hecho mucho daño personal. Pero no. Ese no es mi estilo. De modo que de la lista de temas a tratar hay que ir restando los ajustes de cuenta. Es decir, quédense tranquilos mis enemigos y enemigas -que los tengo- y aquellas personas o colectivos que no se hayan portado bien conmigo en los últimos tiempos. Quédense tranquilos, porque no va con mi conciencia ser injusto y utilizar espacios públicos para solucionar afrentas personales.
Después, viene una segunda autocensura, un nuevo palo en las ruedas de la columna: el vaya que…, el vaya que se interprete que uno estudia, analiza, propone o critica a instituciones, responsables o determinados proyectos sobre cuestiones que conoce de cerca, por motivos de envidia o de celos. Así que procuro no escribir sobre temas que conozco y en los que he trabajado, con tal de que no se me acuse de que lo hago porque sufro el desencanto de no ser parte ya de ellos.
Una tercera causa de autocensura es la de la amistad. ¿Cómo criticar u opinar sobre las derivas o las contradicciones de algún colectivo, grupo o asociación cultural, por ejemplo, si la mayor parte de las personas que lo componen son amigas y conocidas? Y es que ser columnista y opinador de pueblo es una ocupación de alto riesgo. Es difícil dar tu visión crítica sobre alguna persona, cuando el próximo viernes, tras salir este periódico, nos encontraremos en la cola de la panadería… La vecindad tiene muchas cosas buenas, pero necesariamente impone límites a la libertad de expresión. Además, como casi nadie es profeta en su tierra, se lleva muy mal eso de que sea un vecino y conocido el que te critique. Porque parece ser que, en esta tierra, para esas cosas y para otras de más importancia, tienes que venir de más allá de Rincón de la Victoria…
Y por último está la autocensura de los que no somos héroes. La censura que nos imponemos para no criticar el trabajo del alcalde y de los concejales de turno, porque de todos es sabido la poquita de mala leche que tiene la mayoría de los políticos y de sus comisarios, que no soportan una crítica y que te la hacen pagar cara, con sudor y con lágrimas el mayor tiempo posible. Y claro, uno tiene aún una hipoteca que pagar y aspira a que caiga, todavía, algún trabajillo por parte de algún Ayuntamiento…
En fin, que tal como están las cosas no sé de qué voy a escribir la próxima quincena.
Aunque se me acaba de ocurrir algo: la dificultad de escribir una columna con tanto ruido de motos sin tubos de escape y coches que pasan a cien por calles estrechas, poniendo en peligro vidas de peatones y de conductores. Aunque no sé si eso podrá molestar a algún concejal de tráfico o a algún fabricante de tubos de escape…