Iscariotes

Congreso de los Diputados. Sesión de investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Gabriel Rufián, diputado de ERC, sale al estrado a dar su discurso. Rufián enseña la patita de lo que va a ser esta incierta legislatura.

     Con la mezcla de nerviosismo y convicción que inunda el estómago cuando somos conscientes de que vamos a dar la campanada y vamos a dar mucho que hablar, Rufián soltó, como si de granadas de mano se trataran, algunas perlas contra los diputados del PSOE que iban a abstenerse para permitir que Rajoy volviera a la Moncloa.
Perlas como pedradas en la cabeza de los socialistas. Perlas como balas de metralleta desperdigándose entre los inquilinos de la parte izquierda del hemiciclo.
Rufián, agrio, duro, serio, con frases cortas, contundentes, intentó poner contra la espada y la pared a los socialistas. E intentó demostrar la ya antigua doble moral de un PSOE que dice conducir por la izquierda pero que adelanta por la derecha.
     Poco le interesa a esta columna entrar en el análisis político del discurso de Rufián y poco reflexionará sobre la razón o la falta de ella de los postulados del diputado catalán. Como a este escrito le gusta irse por las ramas y hablar de los aledaños de las cosas, se quedará un rato merodeando por la expresión con la que Rufián acusó de traidores a  los socialistas.
     Rufián  llamó Iscariote al PSOE para simbolizar el más alto grado de la traición. Rufián, hombre de izquierda, republicano, laico e independentista, se tiró en plancha sobre el sedimento cristiano que todos llevamos en la suela de nuestros zapatos.
Nadie, ni un diputado de la izquierda con más solera, es capaz de prescindir de los cimientos cristianos con los que Eu­ropa se ha ido construyendo a lo lar­go de los siglos. El cristianismo y el catolicismo nos salen por la boca, nos guste o no. Llevamos diluido el evangelio en nuestra sangre a modo de una solución salina y nos riega el cuerpo -y quizás también el alma- de los pies a la cabeza.
     Pero que Rufián no pueda prescindir de Judas Iscariote en su discurso, no sólo responde a que nuestro contexto cultural esté embadurnado de arriba a abajo por cada uno de los versículos del Nuevo Testamento, sino que también viene a significar que el cristianismo se introdujo desde el principio en la médula filosófica de la izquierda.
Arnold Toynbee aseguró que el comunismo era una secta del cristianismo. En todo caso, es innegable que el pensamiento de izquierdas ha estado siempre inspirado por un tal Jesús de Nazaret. Muchos hombres de izquierda han dado su vida, como verdaderos mártires laicos, en pro de un humanismo utópico y aconfesional, y de unos valores nacidos en la Revolución Francesa, pero en realidad estuvieron siempre más inspirados en aquel profeta que echó casi a puntapiés a los mercaderes del Templo.
     La historia de la izquierda está llena de curas arrepentidos y de jóvenes que sustituyeron el rosario y los misales por banderas rojas y por consignas revolucionarias.
     En muchos aspectos, cristianismo e izquierda se dan la mano. La superioridad moral que demostró Jesús a lo largo de su magisterio la tienen hoy muchos activistas de izquierda, porque están convencidos de que caminan al lado de la verdad que supone la lucha por los más débiles, por la igualdad y por la justicia. Porque, consciente o inconscientemente, se sienten blindados por la sabiduría que rezuma, no tanto El Capital, sino el Sermón de la Montaña. La única diferencia es que Jesús, además de superioridad moral, manifestó humildad.

     Y también dudas.