Las vacaciones de Cifuentes

Agosto. Paréntesis. Vacacional y vocacional. Espacio en blanco. Donde el tiempo se pierde sin sentimientos de culpa. Cuando no hay que hacer nada y no hay nada que hacer. Agosto: breve despiste de la maldición bíblica.
Millones de españoles se encuentran de vacaciones. (Unos cuantos millones, todavía, de vacaciones forzosas…)

Sólo, como el capitán que no abandona la nave que se hunde, al pie del cañón, permanece en su puesto, incólume, Cristina Cifuentes: la última superviviente en la guerra del ocio y del tiempo libre; la última de Filipinas de las vacaciones pagadas. Sólo ella lleva las riendas de esta nación de vagos y maleantes. Sólo ella sigue produciendo, en un intento desesperado para que el PIB de este mes no caiga en picado.
Mientras los españoles retozan en las playas, se embadurnan los michelines de crema solar, chapotean en el mar sobre sus flotadores rosas de flamenco y abarrotan los chiringuitos del litoral patrio, ella, la presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid, encerrada en su despacho, despacha…

Y es que hay un tipo de mentalidad -que suele darse entre algunos políticos de derecha y muchos representantes de la clase empresarial- que eleva a los altares el trabajo a destajo y sin descanso; que proscribe el ocio, los fines de semana y las vacaciones. Es una mentalidad que coloca al trabajo en el centro de la vida: antes que persona se es trabajador. Esa misma mentalidad asegura que el éxito en lo profesional, y en la vida en general, viene determinado por las horas que se le echen al trabajo. Todo queda reducido a una cuestión de tiempo y de cantidad. Una burda mentalidad que desconoce que el trabajo por objetivos, el tiempo de ocio y el bienestar del trabajador repercuten, de forma muy favorable, en el rendimiento y en la productividad.

Cristina Cifuentes ha decidido no coger vacaciones este verano. Y el problema no radica tanto en su libre decisión como en esa especie de soterrada acusación, en esa especie de indirecta que le está lanzando al resto de trabajadores de este país. En el fondo, Cifuentes, desde su elevada posición de poder y de ejemplaridad, está, sutilmente, juzgando a los trabajadores que sí necesitan unas vacaciones. Y eso es de una gravísima irresponsabilidad política. Pero también jurídica, porque Cifuentes parece que olvida que las vacaciones retribuidas son un derecho constitucional, protegido por las leyes y por las or­ga­ni­zaciones internacionales, y que una representante política e institucional, ni siquiera, a nivel individual, debería despreciarlo tan alegremente. Si Cifuentes es hiperactiva, que trabaje en su casa, pero que no lo haga público, que no se convierta en adalid y en portavoz de un modelo desfasado de productividad, que prima la cantidad por encima de la calidad.

No debemos despreciar la filosofía del trabajo, la constancia y el esfuerzo como motores del éxito y la felicidad, pero tampoco debemos olvidar que en el éxito influyen siempre otros factores, ajenos al es­fuerzo y muy poco objetivos y cuantificables. El propio Rockefeller era consciente de ello cuando dijo: “El secreto del éxito está en levantarse muy pronto, trabajar hasta muy tarde y… encontrar petróleo”.