Libros y valor y el valor de los libros

Columna de Salvador Gutiérrez

Decía Juan Ramón Jiménez que para leer mucho mejor era tener pocos libros. Y es cierto: cuando algo nos sobra no solemos darle el valor que se merece. Cuando teníamos una sola cadena de televisión, veíamos más televisión -e incluso lo hacíamos con más calidad y criterio-. En todo caso, con el verano y con las vacaciones, parece que se dedica algún tiempo más a la lectura. Y es que, como decía el refrán, saber no ocupa lugar. Pero sí ocupa tiempo.

Supongamos, por un momento, que nos entrara un calentón repentino de lectura y que quisiéramos seguir el consejo del poeta de Moguer, así que lo más recomendable sería pasarnos por alguna de las bibliotecas públicas de la comarca de la Axarquía.

Supongamos que nos hemos levantado exquisitos y que no queremos leer las últimas novedades editoriales, sino que queremos cultivarnos con los clásicos, con los títulos más importantes e imprescindibles de la literatura o el pensamiento universal. Pues bien, estoy convencido de que en ninguna de las bibliotecas públicas comarcales encontraríamos ni una mínima parte de esos libros. Eso sí, nos encontraríamos las estanterías a rebosar con los últimos títulos de Almudena Grandes o Ruiz Zafón.

La manera de entender las bibliotecas en los últimos años se ha ampliado ostensiblemente: ahora son espacios polivalentes, donde podemos encontrar de todo y hacer de todo. De todo, menos encontrar la esencia de los libros que han conformado la gran cultura del mundo. 

Una biblioteca, es decir, un servicio público, no puede permitirse el lujo de prescindir de tener en sus baldas, al menos, diez o veinte títulos imprescindibles de la historia de la novela, la poesía, el teatro, el pensamiento o el ensayo. Aun con el muy posible riesgo de que los libros ni lleguen a abrirse, porque los usuarios prefieran la última novela de María Dueñas, es una obligación inexcusable de lo público contar con el Tractatus lógico-philosophicus de Wittgestein, por ejemplo. Apuesto a que ninguna de las bibliotecas públicas de la comarca cuenta con ese volumen o con La decadencia de Occidente, de Splenger o con Principios de la Teoría de la relatividad general, de Einstein.

Creo que lo público -en todos los órdenes de la vida- está optando por agradar y entretener antes que por educar y formar. Creo que lo público está olvidando su esencia más sagrada: la de dar a los ciudadanos aquello que en otros lugares no van a obtener. Si en una biblioteca municipal de alguno de nuestros pueblos los ciudadanos no tienen la oportunidad de encontrarse con la gran cultura, ¿dónde, si no, la van a encontrar? 

Recientemente, Torre del Mar ha inaugurado una biblioteca municipal: los responsables culturales tienen la gran oportunidad de llenar los estantes de obras imprescindibles. Tienen la oportunidad de educar a los ciudadanos, a riesgo de no entretenerlos. ¿Tendrán suficiente valor para ello?