Los magnolios
Columna de Salvador Gutiérrez
El magnolio, según nos cuenta la Wikipedia (qué pena, ya no acudimos ni a la Espasa ni a la Enciclopedia Británica, cuyas miles de páginas, Borges, se las sabía casi de memoria), es una especie arbórea de fanerógama, perteneciente a la familia Magnoliácea. En todo caso, lo más importante que debemos saber, y que no aparece en la Wikipedia, es que estos árboles pueden tener los días contados en la Plaza de las Carmelitas de Vélez-Málaga.
La futura peatonalización de la plaza (en la ciudad sin plazas que es Vélez), según ha denunciado Izquierda Unida, traerá consigo la tala de esos hermosos y verdes árboles que lucen airosos en el céntrico y centenario rincón veleño.
No está el horno para bollos. No está el mundo para ir cortando árboles, así, gratuitamente, por gusto, por el gusto de unos arquitectos, urbanistas, paisajistas y políticos que tienen el sentido estético escondido en recónditos y pudorosos lugares del cuerpo.
Desde hace algunas décadas los arquitectos se han convertido en auténticos desoladores de plazas y espacios públicos. Los arquitectos hace tiempo que sucumbieron a la moda minimalista de desertificar plazas, de convertirlas en espacios vacíos y diáfanos, sin plantas, sin árboles, sin vida; revestidas de soso hormigón y de materiales pobres y sin el más mínimo glamur.
Lo vivimos hace ya años en una inútil plaza de la Marina, en Málaga, que lleva, desde entonces, sin levantar cabeza como espacio de vida y de encuentro entre las personas. Lo vivimos -y lo seguimos padeciendo- en una lánguida, hormigonada y cenicienta Plaza del Carmen de Vélez, que ha dejado desterrado y en soledad perenne a Juan Breva, que, seguro, se pregunta cada día por abandolás qué habrá hecho él para estar tan solo y tan descafeinado. Lo hemos vivido, en parte, en ese intento frustrado de plaza de la Constitución y en la homogenización/destrucción de la fuente de Fernando VI.
Hacer no debería ser sinónimo de destruir. Crear no es lo mismo que arramplar ni entrar como elefante en cacharrería en el patrimonio de un pueblo. No sigamos confundiendo la rehabilitación de los edificios, los parques y las ciudades con la igualación de todo. Lo desigual, lo distinto, debe conservarse, sobre todo si tiene razones estéticas, históricas, artísticas y consuetudinarias para seguir estando presente en la vida de una ciudad.
No progresemos a base de retrocesos. Se puede seguir haciendo plazas modernas, prácticas y funcionales manteniendo lo que de jugosa vida tienen los elementos vivos y arquitectónicos de las mismas. Se puede hacer, crear e innovar sin tener que hacer borrón y cuenta nueva. Hay veces que las cuentas viejas tienen una solera que es de difícil sustitución.
Las Carmelitas peatonal y con magnolios. Las Carmelitas verde y con vida, con árboles y con alegría. No cometamos el error de cortar esos magnolios. ¡Arquitectos del mundo, recapacitad! O habrá que echarse a protestar a las calles y a las plazas. A las plazas desiertas.