Los políticos y las redes
Los políticos locales han caído en las redes de la Red. Más que al pueblo soberano, miran a la soberana pantalla del móvil o del ordenador. No hay político que se precie (casi todos los políticos se aprecian demasiado) que no estén atentos de continuo a las redes. Se han rendido a las redes y les rinden cuentas sólo a ellas. En verdad, se preocupan más por la imagen que dan en el mundo digital que la que muestran en la realidad cotidiana.
Cada acción de gobierno, cada acto, cada firma, cada reunión deber ser llevada, en ofrenda, de inmediato, como si de un sacrificio pagano y ritual se tratara, ante el altar sacrosanto de las redes: Oh, dios inmisericorde de la Red, aquí te traigo en humilde ofrenda esta visita hecha, hace dos minutos, a la residencia de ancianos de la ciudad; espero que tu boca insaciable, que tu pozo sin fondo, que tu jauría de fieles seguidores vean con buenos ojos este acto de generosidad política. Aquí te deposito a tus pies ciento quince fotos y veinte comentarios vía Twitter.
Cuenta la leyenda que un anciano fue mirado a los ojos y escuchado de verdad, una vez, por un político… Pero este es un dato que no está contrastado. La verdad es otra: las cabezas gachas de los políticos; sus ojos fijos en el móvil; sus dedos, ágiles, tecleando en la pantalla, mientras asisten a un acto, mientras visitan un colegio, mientras comprueban los destrozos de una riada…
Y las fotos: muchas, ristras infinitas de fotos con todo el mundo, con gente a las que no se les pregunta el nombre, a las que no se les mira a la cara, de las que no se sabe nada: sólo son modelos ocasionales, carne rápida de Facebook o Instagram.
Y luego está el barrizal, el charco emponzoñado al que se tiran él y sus seguidores para defender su gestión: la batalla política en las redes. Quizá no haya sangre peor gastada, argumentos, imaginación y tiempo más desperdiciados que el de esas infructuosas batallas. Unos contra otros: argumentos, contra argumentos; insultos, contra insultos; mentiras, contra mentiras. Ruido. Y de tanto ruido ya nadie escucha nada.
Las redes son un elemento más de comunicación. ¿Pero se puede influir a través de ellas, se puede convencer, de verdad, a unos vecinos, a unos futuros votantes? Creo que los políticos y sus asesores se equivocan poniendo toda la carne en el asador de la redes para influir en la opinión pública. Porque las redes igualan a todo el mundo. Y desde la igualdad y la uniformidad, es muy difícil la influencia.
Cuando un político se baja al campo de batalla de las redes pierde lo que los romanos llamaban autorictas, esa especie de elevación moral sobre los otros. Sólo se puede y se tiene capacidad para influir en los otros desde una posición de superioridad (moral, de sabiduría, de experiencia, de formación).
Nadie que no se individualice de la masa, que no se suba, metafóricamente, a un escenario puede llegar a influir de verdad en los otros.
La batalla política en las redes es un adorno grosero, un daño colateral, un mal menor que hay que soportar. Pero aquel político que realmente quiera influir y convencer a sus vecinos, tendrá que levantar la mirada del móvil y, desde una posición moralmente superior, desde esa autorictas, mirar, de nuevo, a los ojos de la gente.