Transformar lo importante

Columna de Salvador Gutiérrez

El director de este periódico, Francisco Gálvez, subió a una red social, hace unos días, uno de esos vídeos que resumen a la perfección el estado, amoral y moribundo, de nuestra sociedad. Tele 5. El final de un programa donde chapotean los instintos más groseros del ser humano. Una patética presentadora se despide haciendo ridículos contorsionismos a modo de un baile y diciendo alegremente: “Les dejamos con los informativos”. Un fallo de realización. La presentadora y los invitados del programa siguen con su ritual de baile y falsa alegría, mientras que en la otra parte de la pantalla un circunspecto presentador de informativo da cuenta de una trágica explosión en Beirut.

Sé que la certera pluma de Francisco Gálvez hubiera hecho un análisis contundente de ese episodio. Sé que ese contraste le hubiera llevado a profundizar en las contradicciones irresolubles de una sociedad enferma. Las columnas de Paco han definido, con precisión de cirujano, esa esquizofrenia, esa doble moral, esa injusta simetría de lo que acontece en este mundo -que como diría Damián, nuestro admirado pintor y escritor- va hacia lo inmundo.

El episodio es descarnado. Una sociedad que forzadamente baila sin ganas (y compite, y trabaja, y consume y se desgañita y se dirige hacia el precipicio, sin ton ni son, sin convicción alguna), al compás de un mundo injusto que se derrumba sin que nadie le ponga vigas, porque estamos más entretenidos viendo basura por la televisión.

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Creo que la piel fina de esta sociedad se está poniendo tiritas demasiado en la epidermis, demasiado en la superficie. En los últimos años, hay como un exceso de moralidad; una especie de neopuritanismo ha llegado a la cáscara de las cosas. La palabra prohibición se pronuncia cada día con más fuerza. Pero esta sociedad, tan hipersensible, quiere prohibir los tejados y no los cimientos de las casas; pone cremas y tiritas de puritanismo en la piel y no hace incisiones profundas en la carne para hallar el mal que acabará por gangrenarnos el cuerpo.

Esta sociedad hipersensible habla sin parar de niños y de niñas, de alumnos y de alumnas. Se obstina, con verdadera pasión, por erradicar los llamados micromachismos. Lucha, hasta la desesperación, por los derechos de colectivos minoritarios. Se espanta, como loca, por cosas que solo arañan a la superficie de la vida.
Nada cambiará en esta sociedad si ponemos la lupa en lo superfluo y no en la vigas carcomidas que mal sostienen este mundo.

Hace tiempo, un grupo animalista pretendió prohibir el saludo torero. Cascarilla y revolución de plástico…

¿Por qué no intentamos prohibir el meollo, el corazón de la sandía; por qué no nos escandalizamos, hasta el grito, con la mugre, con la basura, con la mierda que nos hacen tragar cadenas como Tele 5?

He ahí los cimientos podridos de esta sociedad. Los macabros cimientos que nos están educando y transformando. A todos.

Cuando consigamos erradicar la podredumbre del interior, entonces rasguémonos las vestiduras con los micromachismos, con el lenguaje inclusivo, con…