Trastos y trasteros
Columna de Salvador Gutiérrez
Ha pasado a formar parte de ese paisaje urbano que de tanta presencia en la vida cotidiana comienza a hacerse invisible y a pasar desapercibido. Ahora, por lo visto, hace las veces de almacén del Ayuntamiento: es el edifico del llamado Mercovélez. A estas alturas, la citada infraestructura -por lo menos en forma- sigue conservando hechuras modernas y funcionales. Esa apariencia no le haría ascos -con sus correspondientes adaptaciones e innovaciones- a un pequeño palacio de congresos y eventos, por ejemplo; de hecho, alguna vez, ha hecho las veces de escenario para alguna de esas actividades, pero sin un orden ni un concierto preestablecido, sin una sistemática, sin una idea clara de lo que se quiere para su destino final.
Muy pronto, los políticos, rozando con los dedos el mayo electoral, comenzarán a repartir por doquier promesas, como los reyes magos, en una cabalgata, reparten y tiran caramelos. Muy pronto habrá caramelos y promesas inundando las calles del municipio: ideas y propuestas de todo tipo, de toda clase y condición. Pero a esta ciudad le sobran ideas puntuales, electoralistas y cortoplacistas y le falta orden, organización y planes estratégicos a largo plazo. De nada vale lanzar caramelos/promesas a diestro y siniestro, si éstas no nacen sustentadas en un modelo de ciudad, reflexionado y consensuado, por la mayoría de los ciudadanos. Las ideas están muy bien, siempre y cuando sepamos a dónde queremos llegar con ellas.
De nada sirve hacer por hacer si lo que se hace no tiene un sentido en el panorama global de lo que se quiere para el municipio en un futuro. Hay determinados temas en los que los intereses partidistas y electoralistas deberían quedar desterraros en pro de una gestión basada en puntos comunes, consensuados y deseados por la mayoría.
¿De qué sirve construir y tener edificios e infraestructuras diversas si no existe un propósito claro para el futuro de las mismas, que esté coordinado y armonizado con el resto del desarrollo del municipio? También es paradójico constatar cómo surgen determinados servicios e infraestructuras que no cuentan con una mínima financiación, siquiera, para poder dar sus primeros pasos.
Que la ermita de San Sebastián no se haya rehabilitado en casi cuarenta años de democracia obedece, sin duda, a esa desidia en tener claro, por encima de gobiernos y de partidos, qué queremos para Vélez-Málaga.
Una planificación estratégica -por encima de intereses momentáneos, sin que el merdelloneo de la política que busca el beneficio rápido y fácil intervenga- debiera reflexionar, largo y tendido, con tranquilidad y valiums de por medio, sobre la necesidad y el destino final -sin que los cambios de partido en el gobierno puedan afectarles- de edificios como el de la Azucarera de Torre del Mar o el del Mercado de San Francisco o el de El Pósito en Vélez-Málaga. No hay ideas claras y permanentes sobre el uso y el destino de determinados edificios que existen o se están proyectando en el municipio. Y de nada sirve gastar el dinero de todos si las cosas se hacen para que no funcionen por falta de presupuesto, para cambiarlas de uso y dedicación cada cuatro años o para abandonarlas para siempre. O para que sirvan de trasteros, como el desapercibido edifico del Mercovélez.