Un poco sobre mí
Columna de Salvador Gutiérrez
¿Por qué no tratas en tus columnas asuntos importantes de la actualidad? -me preguntan-. Me imagino que se refieren a que hable y me posicione sobre cosas como la independencia de Cataluña, la ideología de género, la exhumación de Franco o el subidón electoral de Vox en Andalucía. Pues porque creo que sólo se puede hablar con cierta soltura y cierta convicción de las cuestiones que no son importantes, de las cosas pequeñas, que, además, suelen contener semillas más perdurables que la de los grandes temas -les contesto-. Sin ser falso ese argumento, suelo ocultar la verdadera razón: que no es más que algo a lo que podemos llamar -para entendernos con rapidez- autocensura. Sí, porque los grandes temas no se pueden razonar, analizar y pensar en tan solo unas cuantas líneas, porque para aportar matices y pinceladas suaves -y no sólo gordos brochazos-, hace falta extensión, meticulosidad y multiplicidad de perspectivas en los razonamientos. En la era de los tuits, todo tiene que ser sí o no; blanco o negro; bueno o malo y eso casa mal con lo incierto y lo poliédrico de cualquier acercamiento a la verdad. La poeta Raquel Lanseros dice que un tuit es como una tapa, pero que al final hay que comer. Pero esta sociedad famélica se está alimentando sólo con tapas y no con buenos potajes y caldo de puchero. Hay que tener las cosas demasiado claras para lanzarse al mundo y dejar constancia de nuestros pensamientos y creencias sólo con unos cuantos tuits o con unas cuantas columnas en los periódicos. Yo, que no tengo casi nada claro, prefiero hablar de los márgenes y de la periferia de las cosas, porque en ellas la duda y la falta de certezas se hace menos palpable, menos evidente. Las cosas pequeñas e intrascendentes dan más pábulo y lugar al derecho a la duda que los grandes temas que nos ordenan y nos constriñen para que tomemos postura de forma rápida, tajante y radical.
Además, a estas alturas, me da mucha pereza entrar en la vorágine de lo viral, de las tormentosas polémicas provocadas por tuits o artículos mal leídos y malinterpretados y que se revuelven contra la dentadura de su autor como un boomerang. Me da pereza y cierta prevención que me insulten llamándome facha o estalinista o machista o ultraderechista o ultraizquierdista, porque en algún artículo se me haya deslizado un razonamiento mal escrito, mal explicado o mal entendido por la mayoría. Ya no estoy para esos trotes. Sé lo que no soy, pero no sé lo que soy; así que no estoy dispuesto a que me tachen o etiqueten de por vida y sin derecho a redención posible si algún día se me ocurriera defender o apoyar alguna idea o postura de Vox, por ejemplo. No me da la gana morir en la pira ni en la guillotina. De modo que me limito a hablar de lo pequeño, de lo intrascendente y de lo de poca monta, porque, al menos, si no se me entiende, nadie tendrá que acordarse de mi madre…
En fin, que no soy ningún héroe ni de las redes ni de los medios. Porque en este mundo que tiene opiniones tan firmes sobre todas las cosas, los dubitativos quizá tengamos que dar un pequeño paso atrás y refugiarnos en nuestros cuarteles de invierno. El otro día, un amigo psicólogo me envió a través de Whatsapp una frase de su admirado Lacan: “Usted puede saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó”.
Yo sí sé lo que he dicho. Y ustedes, ¿lo han entendido?...