Alfredo de Hoces: No esperábamos llegar a los cuarenta para contemplar, atónitos, cómo todo esto que tanto costó conseguir se derrumba a nuestro alrededor".
Alfredo de Hoces acaba de publicar 'Tren a la estación perdida', el último libro de este escritor malagueño con profundas raíces axárquicas.
EDITORIAL: CreateSpace
PRECIO: 15,96 euros
DÓNDE COMPRARLA: Amazon, edición impresa y versión Kindle
PREGUNTA.- Doce años después de Memorias de un ingeniero, publica usted su segunda novela, Tren a la estación perdida. ¿Por qué tanto tiempo?
RESPUESTA.- Pues entre que tengo muy poco tiempo libre y que además lo gestiono fatal, de momento no soy un escritor de esos muy profilácticos. Pero últimamente he conseguido poner cierto orden mi agenda y estoy escribiendo de forma casi constante. El siguiente paso es cancelar la cuenta de Netflix.
P.- El estilo literario de Memorias de un ingeniero recibió críticas muy positivas. ¿Lo veremos también en el Tren...?
R.- Sin duda. El estilo va madurando inevitablemente con los años, pero la esencia sigue intacta. Esta novela está narrada en esa primera persona inconformista, soñadora y bohemia que a base de humor e ironía intenta conservar la cordura en un mundo que se ha vuelto completamente loco.
P.- Y, de repente, el joven se enfrenta a la madurez y a la falta de expectativas. ¿O, por el contrario, es simplemente que el protagonista no encaja en una sociedad tendente a las etiquetas y al cliché?
R.- Ambas cosas; de hecho, creo que están relacionadas. Una sociedad que sufre demasiado tiempo una acuciante falta de expectativas, suele acabar dividida: de un lado, los que siguen creyendo en un mundo mejor; de otro, los que se ya han rendido. Estos últimos, por lo general, acaban considerándose la medida de todas las cosas; la mediocridad, el conformismo y la ignorancia se convierten en la norma y, al que se atreve a seguir luchando y cuestionándose el statu quo, se le tilda de chiflado, inadaptado, conflictivo, antisistema. Son los diez millones de moscas señalando al que se niega a comer mierda.
P.- Usted escribe que su generación esperaba un futuro mejor. ¿Qué esperaban encontrar?
R.- Estamos gobernados por un clan mafioso de idiotas con ínfulas que han desmantelado el estado del bienestar a base de pelotazos, corrupción y políticas cortoplacistas basadas en el pan para hoy para mis amiguetes y yo, y hambre para mañana para los españolitos de a pie, se está defenestrando todo lo público en favor de chiringuitos privados que únicamente benefician a sus accionistas, se están batiendo récords históricos de paro, no hay presente ni futuro, y encima nos estamos volviendo los unos contra los otros. Los de mi generación nacimos en los albores de la democracia y crecimos oyendo aún los ecos de la dictadura. No esperábamos llegar a los cuarenta para contemplar, atónitos, cómo todo esto que tanto costó conseguir se derrumba a nuestro alrededor con el beneplácito de una mayoría absoluta. Esperábamos cualquier cosa menos esto. Es una especie de distopía muy chunga.
P.- Usted se marchó a Irlanda, como el protagonista. ¿Encontró allí otra forma de hacer las cosas? ¿Ese futuro del que habla o una parte, al menos, del mismo?
R.- Coger perspectiva siempre es positivo. Irlanda no es la panacea, de hecho se parece a España en muchas cosas, pero hay grandes diferencias también. En Málaga había estado varios años trabajando como ingeniero informático, tenía que hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes, y aun así nos decían que al menos teníamos trabajo y oye, sin tener que irnos a Madrid. Librábamos una guerra psicológica continua con los señoritos del cortijo y con otros empleados alienados. Era agotador y deprimente; situaciones así, a la larga, pueden provocar trastornos mentales o dejarte gilipollas perdido. Cuando llegué a Dublín, prácticamente no había paro, así que podías permitirte el lujo de cambiar de empleo para salvaguardar tu dignidad. En mi primer trabajo allí ya cobraba casi el doble que en mi último puesto de analista programador en España. Tener un empleo decente y un salario que me permitía vivir despreocupadamente, viajar y ahorrar un poco, fue un salto cuantitativo. Básicamente, sentí por primera vez lo que era tener una vida.
P.- La novela está escrita en primera persona. ¿Es autobiográfica? ¿Se puede considerar ficción o es la reflexión de un desencantado con el mundo que le ha tocado vivir?
R.- Es autobiográfica con algunas licencias poéticas que me permito para agilizar la narración o ilustrar la tesis subyacente con mayor precisión. Pero sí, así fue más o menos como sucedió todo. Algunos diálogos (quizás los que menos se imaginará el lector) son literales. Y algunas cosas se quedaron en el tintero, porque si las cuento no se las cree nadie.
P.- ¿Cómo ve a la generación que viene?
R.- Lo tienen jodido. Les hemos dejado una sociedad prácticamente tercermundista, se les ha adoctrinado en el consumismo más salvaje y en el culto al yo y se les ha hecho creer que si con treinta años no son ricos, la culpa es de ellos mismos, de los inmigrantes, los independentistas, los perroflautas, los funcionarios y los lagartos humanoides que viven en la cara oculta de la luna y que se han infiltrado en nuestro planeta para unificar ETA y Al-Qaeda, clonar a Hugo Chávez e imponer una dictadura global donde no exista el papel higiénico y todos tengamos que vestir un chándal con los colores de la bandera de Venezuela.
P.- ¿Qué van a encontrar los lectores que se acerquen a su libro?
R.- La odisea de un romántico empedernido que se empeña en no dejar que la mezquindad le arruine la vida, y que un día decide coger un avión y salir a comerse el mundo con 500 euros y su inglés medio alto por montera, contada entre brochazos de humor y crítica social. Y digo brochazos porque no son finas pinceladas, definitivamente.
P.- El ‘parto’ ha sido tan largo que no sé si preguntarle por su siguiente proyecto...
R.- Pues en breve voy a terminar algunos relatos cortos que tengo a medias, recuperar otros antiguos y editarlos en papel. El título posiblemente será Del humor y otros demonios. Si consigo desengancharme de Netflix, claro.