Claudio López: la magia de la tinta

Artículo de José Antonio Fortes

Desde los tiempos de las tinieblas, el arte está impregnado de un contenido ritual y mágico, entre otros conceptos, que aportan contenido a su extensa definición.

Una compunción interior que arrastra al artista a la catarsis del hecho creativo, verdadero juicio final al que se somete el autor de la obra ante el nacimiento de cada propuesta, de cada idea.  

Se produce, pues, un instante, en el que se percibe ese impasse extraordinario de espera, de emoción. La angustia de lo que procede de lo oculto, lo inexplicable, de lo que no es y puede ser. 

A partir de ese instante, la tinta toma cuerpo en el cuerpo, se vislumbra lo indemostrable, y la plumilla impregnada de este sudor profundo de las tinieblas, se aferra a las manos de Claudio López. Es el trascendental momento en el que el artista se transforma en un expresivo y mágico vehículo que nos adentra en las simas donde placenteras sensaciones toman posesión, inmediatamente, de nuestros sentidos y sensibilidades para hacernos gozar a través del vínculo que una súbita e inesperada complicidad  establece entre el creador y el espectador.

Se ha cumplido el principio universal de la Magia: hacer visible lo invisible. El complejo proceso de alquimia por el cual la metáfora de la imaginación ha tomado cuerpo en el papel para materializar, por fin, un pensamiento y quizás muchos sueños.

Claudio López, ha desarrollado, en sus últimos trabajos una obra de carácter, vibrante, homogénea, milimetradamente precisa y cuidada. Una tarea  que justifica y fundamenta su valor en la profusión de un trazo, permanentemente agudo, incisivo, por el que miles de incesantes pulsaciones conectan expeditivamente el temblor de su corazón con la firmeza y el temple de las manos, en un martilleo constante con el que esa punta férrea de pasión se funde en los adentros de ese campo de batalla que es el plano; espacio terso  y puro del papel, que en estado de límpida virginidad recibe el goteo inquietante de ese misterioso líquido negro de almagre, cuyo óxido es extraído por los alquimistas del dibujo para tatuar en la delicada piel de la lámina el sentido de su propia vida.

Este oficio de dibujar como lo hicieron los más grandes artistas a través de los tiempos, no es hoy habitual. De ahí la conmoción que ejerce sobre nuestras retinas, que permanecen ensimismadas ante este mágico proceso. 

Así dibujaron Durero, Miguel Angel, Rembrandt, Veronés, Canaletto, Goya y Turner, entre otros, desde el siglo XV hasta el romántico XIX. Y ya en nuestro reciente siglo XX, el sorprendente Picasso, Braque y, en nuestro pueblo, permitidme, Velez-Málaga, Francisco Hernández. 

Para Claudio, este desdén supone una manera de secularizar el tiempo, abstraerlo y resumirlo para presentarnos la esencia de un proceso donde la observación fundamentaliza la armonía de la proporción mas precisa.

Nuestro artista nos invita hoy a viajar en el tiempo, por las evocadoras escenas de las mil y una noches de los palacios nazaríes de la Alhambra granadina, compartiendo espacio con un sosegado paseo costumbrista por la Málaga del XIX. Bodegones y un íntimo homenaje de los objetos cotidianos, que fraguaron la divulgación periodística convirtiéndola en  un atributo  del poder social, hoy relegados a símbolos recientes de una revolución técnica e industrial que dotó al hombre de la principal herramienta de reproducción de la palabra y, por tanto, de la revolución de la información y la imagen: la maquina de escribir. Así, igualmente, otros objetos de entrañable uso cotidiano.

Su ultima variación, en tinta, se corresponde con un gesto de íntima sinceridad y maestría que define finalmente su esfuerzo y su refinado concepto de la belleza. Una excepcional incursión por el dibujo corporal, donde los escorzos, las sombras y los finos encajes de lencerías transparentadas coquetean con el más delicado suspiro de la sensualidad erótica.

Decía Salvador Dalí: “El dibujo es la honestidad del arte, no hay posibilidades de hacer trampas. O es bueno o es malo”.

La magia, por tanto, es una ilusión. Nada sucede por arte de magia. Todo lo que se puede ver en la obra de Claudio López no es, solo, producto de su imaginación, sino del esfuerzo, la sensibilidad  y el talento de un mago.