La palabra felicidad
La palabra felicidad se ha usado hasta la saciedad, pero hay muy pocos estudios serios sobre ella.
Los más recientes son los realizados por la biología, que sostiene que nuestro mundo mental y emocional está regido por mecanismos bioquímicos modelados por millones de años de evolución. Formado por un complejo sistema de nervios, neuronas y sustancias bioquímicas como la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Y de los niveles alcanzados, de dichas sustancias en cada individuo, dependerá su estado de felicidad. Cuyo nivel está determinado genéticamente en cada persona. Pero las sensaciones placenteras son tan pasajeras, por lo tanto, los instantes de felicidad son breves.
Los biólogos no son fanáticos, y admiten también los factores psicológicos y sociológicos, pero sólo como acontecimientos externos. Cuyas vivencias hacen que identifiquemos las sensaciones placenteras con la felicidad, y el dolor con el sufrimiento.
Desde la perspectiva psicológica, la felicidad es una cuestión totalmente subjetiva. El estado de salud, la riqueza material o nuestra relación social con la comunidad son circunstancias externas y objetivas que influyen. Pero son las aspiraciones que nos proponemos en la vida, las que determinan con los logros o fracasos los estados subjetivos de satisfacción o de frustración. Por ello, se llega a la deducción de que la persona es más feliz cuando se siente satisfecho con lo que tiene; evitando las frustraciones con nuevos deseos.
El budismo habla de la felicidad como un estado de serenidad alcanzado por la mente. Para alcanzarla, hay que controlar las sensaciones: evitando la búsqueda de los logros externos, así como dejarnos llevar por los sentimientos; y así evitar la tensión constante y la insatisfacción.
Otro tema, con el que nos enfrentamos, es encontrar un significado a la vida. Que la felicidad no es hacer una evaluación, y preguntarnos: si vivimos más momentos agradables que desagradables. Mas bien, la felicidad reside en que la vida de uno tenga sentido, y valga la pena vivirla. Así lo afirmaba el filósofo alemán Nietzsche: “Si uno tiene una razón por la que vivir, lo puede soportar todo”. Este planteamiento superaría todas las adversidades de la vida: los temores... Como el miedo al fracaso que conduce al conformismo, así conseguiríamos elevar el espíritu de superación; las enfermedades; e incluso el miedo a la muerte, aceptándola como un hecho natural.
Se reunieron poetas, filósofos, sacerdotes y científicos para hablar sobre la felicidad. El científico argumentó que la vida no tiene significado, porque la vida se acaba con la muerte, por lo tanto, la felicidad es un engaño. El sacerdote profetizó que después de la muerte, existe otra vida y, en esta última reina la felicidad. El poeta que el amor da sentido a la vida, porque nos fortalece para enfrentarnos a las adversidades, y ello es motivo para querer vivirla. El filósofo que sólo hay una vida, razón suficiente para vivirla plenamente, y sin miedo a la muerte. Después de debatir durante mucho tiempo, llegaron a la conclusión de que para ser feliz en la vida, hay que aceptar la muerte. Tú, como persona, eliges tu razón para vivir. Aunque la felicidad sea muy subjetiva, e impensable de alcanzarla. ¡Vive la vida!