Una singularidad llamada Podemos

En su así subtitulado “panfleto en sí me­nor” ¿Podemos seguir siendo de izquierdas?, el filósofo Santiago Alba Rico, uno de los más lúcidos y elegantes ensayistas españoles de la actualidad, sostiene que en un mundo en que los derechos sociales y laborales, los derechos y libertades democráticas están en franco retroceso, no les queda más remedio a aquellos que no aceptan la “irracionalidad” dominante que ser revolucionarios, reformistas y conservadores al mismo tiempo.

Revolucionarios en lo económico, para plantarle cara a un sistema que es incapaz de subsistir sin empobrecer a la gran mayoría de la población, sin destruir la naturaleza, sin recortar las libertades democráticas; reformistas en lo ins­ti­tucional, para permitir la fundación de un Estado de Derecho entendido, en palabras de Fernández Liria, como un complejo institucional en el que “el pueblo razone en lugar de limitarse a obedecer la voz de los ancestros, de la identidad tribal o nacional, de los poderosos que pueden manipular la opinión pública, etc.”; y conservadores en lo antropológico, asumiendo que frente al progreso tecnológico desencadenado “que ha ido penetrando, como un quiste, todos los aspectos de la vida individual y colectiva”, y a la creciente presión que la vida humana ejerce sobre la Naturaleza, no valen “saltos heroicos a la Historia”, sino recuperar vínculos sociales invocando la “decencia común” o la valorización de los cuerpos (y de los cuidados), factores que de forma privilegiada han sabido preservar las mujeres, modelos en este sentido a la hora de enfrentarse a la destrucción y hacer posible la vida.

 El ensayo de Alba Rico, pergeñado durante los primeros años de esta década, suponía una penetrante reflexión en torno a los grandes dilemas a los que una desorientada izquierda ha debido enfrentarse desde que con la caída del Muro de Berlín todas las categorías con las que el mundo político venía trabajando en el último siglo se hubiesen desmoronado. Pero, sin darse cuenta, este entusiasta observador de las revoluciones árabes y del 15-M estaba informando un heterodoxo esbozo de programa para cualquier fuerza trans­­­formadora que se atreviera a romper con los viejos dogmas heredados y encarara sin complejos la búsqueda de una salida al estado de emergencia en que nos encontramos. Nada tiene así de particular que aquel joven que ayudó a modelar el carácter de una generación como guionista de La bola de cristal, recibiera con alborozo en plena madurez el nacimiento de una fuerza política como Podemos, a la que ha seguido como “compañero de viaje”, con variable entusiasmo, hasta el día de hoy.

En estos tres años, no han sido pocos los observadores que han destacado la “singularidad” que supone Podemos. Mientras que en la mayoría de países de nuestro entorno el malestar agravado por la crisis terminó alentando el surgimiento de fuerzas xenófobas y ensimismadas, España, en buena medida gracias a esa vacuna llamada 15-M, vio cómo la gran oleada de indignación que emergió en diversos puntos del globo, se canalizaba a través de un movimiento profundamente democrático, europeísta y popular, capaz en solo dos años de patear el tablero de la política española, abrir brecha dentro del férreo sistema de partidos imperante y arrebatarle las principales capitales del país a unos partidos dinásticos forzados a pactar para cerrarle el paso a la que ya es la primera fuerza en las grandes ciudades y entre los menores de 45 años.

Esa formación que tuvo la audacia de impugnar el eje izquierda-derecha (y su convencional reparto de posiciones y roles), para oponer a los de abajo (“We, the people”) frente a la élite privilegiada que desencadenó la crisis y que no ha dejado de ver crecer sus beneficios a costa de la mayoría, es la que en estos días está fijando su rumbo para los próximos tres años. Y precisamente por esa “singularidad” a la que antes aludíamos, resulta crucial que, sorteando el campo minado de la sobreexposición mediática, relativicemos los debates de nombres y caras para situar en primer plano cuáles son las alternativas concretas que ofrece Podemos para luchar contra la desigualdad, la precarización, la corrupción y, en definitiva, la “multiplicidad de opresiones” que nos salen al paso ante el avance de una extrema derecha que bajo su barniz populista –ahí está el multimillonario gabinete Trump– trabaja de forma denodada en beneficio de las élites.
Cuando el viejo mundo no termina de morir, el nuevo tarda en aparecer, decía Gramsci, para añadir: “en ese claroscuro surgen los monstruos”. Ninguna de las viejas recetas –ni las que expende una socialdemocracia ayuna de ideas ni las que añoran nostálgicamente la construcción de cualquier “hombre nuevo”– ha mostrado su utilidad hasta la fecha para detenerlos. Quienes tenemos la fortuna de no vivir aún, aunque sea chapoteando sobre tablas carcomidas, subidos a la balsa de la Medusa, aún estamos a tiempo de hacer algo, cada uno su parte, para mantener en pie un mundo en el que merezca la pena vivir antes de que sea demasiado tarde.