Hacia el final de la deliciosa comedia de William Wyler (Los mejores años de nuestra vida, La loba, El coleccionista, Ben-Hur…), en el romano Palazzo Colonna tiene lugar una multitudinaria rueda de prensa con la princesa de un supuesto pequeño país centroeuropeo, quien termina saludando personalmente, uno por uno, a los corresponsales extranjeros en Roma. Escena de Vacaciones en Roma, esta última, en la que el protagonista Gregory Peck (en el papel de Joe Bradley, del Américan New Service) y su fotógrafo aparecen acompañados por dos nombres sonoros del periodismo español de la época, el madrileño Julián Cortés-Cabanillas y el pamplonés Julio Moriones, que al saludo de la encantadora Audrey Hepburn, en el papel de la princesa, se identifican: “Cortés-Cabanillas, ABC de Madrid”; “Moriones, de La Vanguardia de Barcelona”.
Entrañable escena para cualquier imberbe españolito de los 50. Más aún, si, como yo, cuando vi la película (¿al filo de los 60?) ya bebía los vientos por la Ciudad Eterna y por la joven actriz inglesa, que con Vacaciones en Roma (1953) hizo sus primeros pinitos para el cine de Hollywood. Amén de mis tempranas veleidades cosmopolitas y periodísticas.
El argumento de la película se podría resumir así: Durante una visita a Roma, Ana, la joven princesa, trata de eludir el protocolo escapándose de palacio para callejear de incógnito por la ciudad. Así conoce a Joe Bradley, un corresponsal americano que busca una exclusiva para su periódico y aparenta ignorar la identidad de la princesa. La sin par pareja vivirá unas jornadas inolvidables recorriendo la ciudad inigualable. Como no podía ser de otra manera, se enamoran en un cuento maravilloso que ya es leyenda del cine.