Hace un tiempo, un conocido periodista deportivo se lamentaba de la degradación de su profesión en una sentida columna que muchos de sus compañeros loaron. ¿Cómo hemos llegado a esto?, se preguntaba. Era el mismo periodista que poco antes no dudó en afirmar que el entrenador del Real Madrid  era el típico que atropellaría a alguien y se daría a la fuga...

Así, el circo que ha rodeado el rescate de Julen en Totalán ha provocado un curioso momiviento de fuerzas. Por un lado, lo mejor de España al servicio de una familia dramáticamente necesitada: profesionales, amigos, gente del pueblo que se entregraron gustosamente, empresas, ins­­- ti­tu­ciones... Como decimos, el corazón latente de un país del que sentirse orgullosos. Por otro lado, lo más mezquino de la prensa a la búsqueda de titulares fáciles, melodramáticos, buscando ser el primero en una carrera para la que no podía haber más competencia que los datos que las fuerzas del rescate iban suministrando. Y, luego, el circo: opinadores profesionales, programas sucios, redes sociales llenas de improvisados expertos, teóricos de bar lanzando hipótesis, bulos que corrían de teléfono en teléfono... 

Hace ya mucho tiempo que en la profesión se perdió la necesidad de ser los mejores a cambio de ser los más rápidos. Al final, todos perdemos.