La belleza

“Reivindico el espejismo/ de intentar ser uno mismo/  ese viaje hacia la nada/ que consiste en la certeza/ de encontrar en tu mirada/ la belleza”. Escucho la canción de Aute y recuerdo un tiempo en el que la belleza la encontrábamos en la idea del bien colectivo, en la reivindicación y en la construcción de espacios democráticos, transformadores cultural y socialmente. En el esfuerzo y la camaradería alentaban la belleza, la utopía y la esperanza.

También, al igual que Aute, fui testigo de cómo los valores que animaban a ciertas personas fueron cambiando de dirección y norte hasta acabar esfumándose en una nebulosa de imprecisión. Sí, había mucho revolucionario de pasillo ya antes de que Aute compusiera esta canción. Hablaban de utopía como si la misma palabra les quemara la lengua. Entonces, yo recordaba el poema de Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias…”. ¡Qué maravilla de poema! Su contenido me ha acompañado siempre, porque esa isla ideal, es el mejor de los destinos posibles, hacia allí voy sin poner reparos a los entretenimientos que la vida ponga en mi camino.  El viaje es lo que importa.

Todos tenemos una Ítaca, un ideal, un sueño por el que vale la pena esta travesía. A veces nos parece avistar la isla; es un momento, un segundo, una ráfaga que nos conmueve y nos hace conscientes plenamente de cuanto nos rodea. Eso que percibimos en un instante es, para mí, ni más ni menos que  la belleza.

Sé que para muchos puede resultar baladí hablar de belleza, de plenitud, de intentar ser uno mismo cuando al mundo lo están desviviendo, y las guerras, el hambre, las enfermedades nos dan todos los días noticias de muertes prematuras, vidas segadas, arrancadas de cuajo de la existencia. Vidas que no serán. 

Pero es, quizás, en una época como la nuestra, en la que lo mediocre tiene tintes de excelencia, en un tiempo donde lo terrible, lo feo, lo inhumano, se nos muestra a diario en un bucle infinito hasta llegar al hartazgo y la náusea, cuando reivindicar la belleza se hace más necesario que nunca. Un mundo mejor es posible, lo que ocurre es que nuestra civilización está mirando con los ojos vendados, y la venda no es otra que la estulticia. 

El semiólogo florentino Omar Calabrese, en su ensayo La era neobarroca, investigando sobre la estética de nuestro tiempo, defiende la tesis de que la sociedad del siglo XX y principios del XXI se define por  el gusto de  lo excesivo y excéntrico, situándose en los límites del sistema, estirando sus bordes, pero sin romperlo, donde todo vale, ya que el propio sistema, con su elasticidad, asume esas trasgresiones hasta el punto de que lo que en un principio podía parecer subversivo, se hace normal y asumible por la masa de consumidores de cultura. 
Pero, ¿qué ocurre cuando el sistema pierde su elasticidad?,  pues que ya no hay nada que podamos situar en sus límites. Ya no hay nada que pueda sorprender por su innovación. Así que sólo queda el juego de la repetición, del simulacro y del artificio. Seducidos y viviendo la apariencia de la realidad, con las ciudades convertidas en un decorado, y las vidas en vidas virtuales. Todo inconsistencia, todo humo. 

En esta tesitura, repito, reivindicar la belleza, defender la belleza, es más necesario que nunca. Tengo la convicción de que somos capaces de mejorar el mundo. En eso baso mi existencia.

Sigo escuchando a  Aute y leyendo a Cavafis, que me susurra: “Ten siempre a Ítaca en tu mente. /  Llegar allí es tu destino. /  Mas no apresures nunca tu viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin esperar a que Ítaca te enriquezca”.