Correo deseado

Un vecino mío me dijo hace unos días que estaba esperando a que un e-mail le llegara on line al PC y al smartphone

Me llamó la atención que lo pronunciara todo correctamente /i-méil/, /ˈonlain/, /ˈsmɑːtˌfoun/ ya que el buen hombre apenas se maneja con el ordenador (Personal Computer) ni, tampoco, sabe inglés. Yo no sé si, por manía mía o por cierta deformación profesional, soy de los que reivindican hablar siempre, en circunstancias normales, en español, el que aprendimos de pequeños en nuestras casas y la escuela y que tan buenos maestros ha tenido a la largo de la historia (y, en nuestro caso, con los distintos acentos o dejes particulares de Andalucía). Y eso, a pesar de ser un enamorado  de la cultura anglosajona, sobre todo en el ámbito cultural y musical.

Que estamos siendo colonizados con el inglés como lengua vehicular internacional, es indudable. Que utilicemos, debido a los avances científicos y tecnológicos, expresiones o palabras en inglés porque no tienen su equivalente en español, es correcto, pero que estemos cayendo, sobre todo los más jóvenes, en una especie de rendición lingüística, ya sea por la imposición de la globalización, por pereza, por presumir o por copiar a los cantantes y reguetoneros de moda, ya no me parece tan bien.

Bueno, a lo que iba. Alguna vez nos habremos quedado esperando un correo electrónico, ya fuera para confirmar una compra en línea, para recibir alguna notificación, etc. y no nos llegaba. Al ponernos en contacto con el distribuidor del mensaje, nos suele decir que miremos en la bandeja de correo no deseado, debido a que muchos ordenadores derivan a esa carpeta los mensajes de emisores desconocidos, o tenemos puesto algún tipo de filtro, etc. Y esa expresión de correo indeseado me resulta llamativa y  peculiar, pues sigo reivindicando y echando de menos, epístolas, cartas de papel y cualquier tipo de misiva escrita de puño y letra que son (o, mejor dicho, eran) deseados. 

Soy de los que piensan que la escritura a mano sigue siendo esencial como gesto propio de los seres humanos, a pesar de la actual preponderancia del teclado y de los avances tecnológicos, que están poniendo en cuestión la necesidad de escribir de puño y letra. “Escribir es vivirse, conocerse, hacerse arqueólogo de uno mismo”, decía el gran escritor, humanista y economista español José Luís Sampedro. 

Escribir a mano tiene efectos muy positivos en la gestión de nuestras emociones y está demostrado que activa el cerebro de una manera diferente y más positiva que hacerlo de forma electrónica. La época en que las personas relataban sus experiencias en un diario de papel, escribían cartas o tomaban notas con lápiz o bolígrafo, parece que se termina, porque muchos piensan que es una pérdida de tiempo en la era digital. Ya solo escribimos, en la mejor de las ocasiones, cuando tenemos que firmar algún documento o para hacer la lista de la compra. Ya no mandamos ni recibimos cartas, aunque “sean con sabor amargo, con sabor a lágrimas”, que decía la canción.

El simple hecho de escribir algo a mano nos compromete con nosotros mismos y con la realización del mensaje llevado al papel. Por ejemplo, imagínense que nos encontramos con alguien por la calle que no veíamos hace tiempo y, tras el saludo cordial de rigor y el intercambio de ciertas frases hechas (“Te veo muy bien”, “¿Cómo está tu familia?”, “Cuánto tiempo hace que no te veía”, etc., etc.), manifestamos nuestro deseo de volver a encontrarnos. Les aseguro que si en ese momento, o una vez me despida de mi amigo, no escribimos en nuestra agenda o en cualquier cuaderno o libretita algo así como: “El miércoles próximo, llamar a fulano sobre las siete de la tarde”, lo más probable es que vuelva a pasar muchísimo tiempo antes de volver a encontrarme con esa persona a la que, supuestamente, tenía muchas ganas de ver. 

Y eso sirve también para organizar momentos de calidad con nuestros seres queridos (“Comprar mañana flores a mi mujer”, “El jueves por la tarde ir al parque con mis hijos”, “Disculparme ante mengano por lo que le dije el otro día”, etc.) o comprometernos con nosotros mismos (“Cuidar mi mal humor cuando me encuentro con zutano”, “Intentar ser más puntual en el trabajo”, etc.). Escribir nos obliga a organizar e integrar pensamientos y vivencias que luego sentimos cuando los leemos. Pruébenlo, no se resistan, les garantizo su efectividad y les animo a que escriban y reciban, siempre, correos deseados.