¿Cuántos años tienes?

Me encontraba el otro día comprando en un comercio de la zona en la que vivo y, justo delante de mí, había una señora que, con una sonrisa, me cedió el turno porque vio que tenía mi coche muy mal colocado y solo iba a recoger un encargo. 

La miré agradecido, me sonrió y dijo: “Cómo no le voy a ceder el turno, si fue maestro mío y con quien he aprendido el poquito inglés que sé”. Tras agradecerle sus amables palabras, me preguntó por mi trabajo y, cuando le dije que ya me había jubilado, con cierto asombro me espetó: “Pero, ¿Cuántos años tiene, si se le ve muy bien para estar ya jubilado?”. No les diré, por mantener cierta coquetería masculina, la respuesta, pero sí que les afirmo que su pregunta me llevó después a varias reflexiones relacionadas con la edad, además del hecho de que parece que la palabra jubilado es sinónimo de viejo, persona muy mayor o decrépita y, la jubilación, un estado próximo al juicio final. No.

Envejecer, como decía el músico británico ya desaparecido, David Bowie,“es un extraordinario proceso donde nos vamos convirtiendo en la persona que siempre debimos haber sido”. Creo que donde no hay que tener arrugas es en el corazón, que la belleza bien entendida emana de nuestro interior y que casi nada es blanco o negro, sino que dominan los tonos grises. Mi edad es cómo me siento, no los años que tengo y esto no es ningún pretexto para querer aparentar o justificar nada, porque ¿sabe alguien cuantos años le quedan de vida? ¿Ser más joven que otra persona nos garantiza que vamos a vivir más y mejor? Además, todos conocemos a algunos jóvenes que parecen viejos y a abuelos que derrochan energía, vitalidad y ganas de vivir.

Es cierto que la vida pasa tan de prisa que, a veces, el alma no tiene tiempo de envejecer. En nuestro interior nos sentimos jóvenes, vitalistas, con ganas de hacer cosas, pero cuando nos miramos al espejo, la cruda realidad se nos pone delante y empezamos a darnos cuenta de que cuerpo y alma ya no van de la mano. Y en esas estamos. Por eso, ayuda el tener claro todo lo anterior, porque somos un soplo, un breve suspiro en el vendaval de la vida.

En las postrimerías de nuestra existencia empezamos a darnos cuenta de que no son los años en tu vida los que cuentan. Es la vida la que cuenta. No dejamos de disfrutar, de vivir, de sentir, de aprender, porque nos volvemos viejos. Nos volvemos viejos porque dejamos de hacer esas cosas. Con los años valoramos lo que de jóvenes nunca sospechamos y ese es uno de los mayores tesoros que encierra el llegar a ser mayores y del que las generaciones posteriores a nosotros deberían tener más en cuenta.

Recuerdo cuando hice la mili la importancia que se le daba al hecho de ser veterano. Y lo mismo pasa en otras situaciones y colectivos. Dicen que la veteranía es un grado, pero en esta sociedad que se mueve al impulso de lo novedoso, que se fija más en el aparentar que en el ser, que desprecia de muchas maneras a sus mayores y no los respeta ni los ve como fuentes de sabiduría, todo eso ha saltado por los aires. Y así nos va.

Muchos de los logros conseguidos a lo largo de la historia fueron fruto de la experiencia, la formación, el tesón, la dedicación y la generosidad de hombres y mujeres comprometidos con su tiempo y con una trayectoria vital que justificaba su intervención en el acontecer de su tiempo. En la actualidad, sobre todo en política, se prescinde en muchas ocasiones de los mejores, de personas con recorrido vital y profesional y colocan en puestos de poder y decisión a jóvenes con la única experiencia de la vida orgánica de su partido o de algún cargo o carguillo en algún ayuntamiento u otra institución. 

Experiencia es la clave para quienes aspiren a dedicarse al servicio público. Experiencia de la vida, experiencia profesional, preparación y compromiso. Por eso, a estas alturas de la vida, conjuguemos el impulso de las nuevas generaciones con el respeto y la consideración a nuestros mayores y tengámoslos más en cuenta. Una sociedad que no cuida con especial esmero a sus veteranos es una sociedad enferma, desagradecida y egoísta. Algunos necesitan atención y cuidados y otros seguimos en activo y con ganas de seguir aportando para construir una sociedad mejor.