¿Dónde va Vicente...?

Artículo de Jesús Aranda

En un momento en el que parece que todo vale para conseguir fama y notoriedad, en el que hemos convertido en héroes a gentes que son auténticos macarrillas de pueblo y que muchas personas orientan su vida por lo primero que escuchan o ven, sin pensar, ni siquiera plantearse, si les va bien o no, reivindicar eso del pensamiento crítico y reflexivo parece una tarea de locos e insensatos.

Miramos con lupa las estrellas y con telescopio los bienes más preciados y que tenemos más cerca. Estamos dejando a un lado las riquezas más cercanas y sencillas de la vida, distorsionando relaciones personales y escondiéndonos detrás de una tecnología que solo nos acerca de una manera ficticia y que nos distancia del calor humano de las auténticas relaciones personales.

Y para terminar de arreglarlo, ha aparecido un nuevo y peligroso concepto, la ‘posverdad’, que puso de moda el anterior presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y que tiene una fiel legión de seguidores entre populistas, dictadores, políticos autoritarios, fundamentalistas y salvadores de la patria. Esa posverdad, que es una distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales, corre el riesgo de expandirse si la ciudadanía, a nivel individual y colectivo, no se prepara para no caer en sus redes, en una trampa que puede ser mortal tanto desde el punto de vista personal como del progreso de la humanidad y de los valores que  deben guiarla.

En esta vida que llevamos, plagada de masificaciones insensatas e insensibles, tal vez reflexionando todos hacia dónde vamos, sin dejarnos arrastrar por las corrientes de las mayorías y los  vendedores de humo, que tratan de convencernos con palabras o argumentos falsos y carentes de sentido, podrá traer­­­­nos nuevamente el pensamiento claro de responsabilidades personales y responsabilidades ciudadanas.

Como dice el fi­lósofo Emi­lio Lle­dó, la li­ber­tad de expresión no es lo im­portante; lo im­por­tante es cre­ar libertad intelectual y capacidad de pensar, y a esta li­bertad solo se llega a través de la cultura y la intelectualidad. De nada sirve hablar si no se sabe qué se dice. Somos presos de lo que nos enseñaron hasta que comenzamos a leer, formarnos y vivir de forma crítica la vida. Para ello, hablemos con sentido, leamos y escribamos. Consultemos fuentes fiables, escuchemos a referentes objetivos y practiquemos el lenguaje en toda su riqueza. Aunque parezca complicado. Porque en este esfuerzo reside la libertad. 

Al contrario de los que siguen a cualquier influencer de pacotilla o se dejan llevar por los cantos de sirena de políticos sin principios, que solo buscan manipular a las masas y son los verdaderos arquitectos del empobrecimiento de la mente humana.

Con la revitalización de los gurús de la posverdad y el posmodernismo, que han aparecido en la política y en otros centros de poder e in­fluencia, cuestionando  las  premisas  básicas del modernismo y el humanismo, atacando la ciencia y la tecnología y vituperando los ideales y valores humanistas, conseguiremos ser mucho más pobres, espiritual e intelectualmente, y convertirnos en seres gregarios que siguen ciegamente las ideas o iniciativas ajenas sin contrastarlas ni verificarlas.

No caigamos en la vulgaridad ni reclamemos el derecho a ello, como advertía Ortega y Gasset, porque, si no, nos convertiremos en el sujeto aglomerado que algunos desean para conseguir sus inconfesables objetivos. Por ello, cabría hacerse algunas preguntas: ¿Qué ocurre cuando actuamos sin pensar, sin valorar, sin reflexionar o sin prever consecuencias? ¿Qué puede pasar cuando una mayoría ciudadana desinformada, crédula o irreflexiva elige opciones que determinen el desarrollo de nuestra propia vida o nuestro futuro?

A través de la educación, la información veraz y el pensamiento crítico evitaremos las decisiones erróneas y nos orientaremos para tener mejores hábitos mentales y disposiciones hacia el compromiso cívico, la responsabilidad y el bien común, evitando convertirnos en una sociedad idiotizada que es lo que buscan algunos como instrumento de dominación. 

No, yo me resisto a ser un hombre masa, no quiero participar de la universalización de la estupidez. Que me perdonen los llamados Vicente, que tienen un bonito nombre y a quienes el ingenio popular por cuestión de rima sintetizó lo que el sentido común observa nombrando al burro con tal nombre. Resulta evidente que no hace falta mucho ingenio para comprender lo que el refrán señala como fenómeno de las masas, dinámica gregaria y sinergia de la manada. No, yo no quiero ser como Vicente, que va donde va la gente.