Juegos de guerra

Artículo de Jesús Aranda

Las personas de mi generación, cuando éramos niños jugábamos de una manera totalmente distinta a cómo juegan los niños y jóvenes de hoy. Las bolas o canicas, el corro de la patata, el piso, el es­condite inglés, la gallinita ciega, las chapas, saltar la goma y la comba, los trompos o peonzas, hacer el pino, jugar a las ruedas, indios y vaqueros, el pincho o hin­que, el escondite, el pinball o flippers hechos de madera y palillos de la ro­pa, el tirachinas... En fin, toda una mi­ríada de alternativas lúdicas que conse­guían que no nos aburriéramos, disfrutáramos de la calle y socializáramos con nuestros vecinos y amigos del colegio.

También se jugaba a la guerra, a matar, a disparar y existían juegos bélicos, pero bastante más naíf que los actuales. La muerte y las escenas violentas han entrado siempre en nuestras casas, acompañando tardes de cine y hemos normalizado visualizar la muerte en pantallas de cualquier tamaño. Los dibujos animados, las películas de superhéroes, los juegos y juguetes que se proponen, en muchos casos enseñan y presentan modelos a seguir en los que se lucha y se mata. Y aunque desde siempre se ha jugado a la guerra, esta no ha ido desapareciendo del mundo, y, como dice la psicóloga y educadora, Martina Damini, “quizás dejar de jugar a la guerra pueda ser el primer paso para construir un mundo de paz”.

Por eso, añade, que podríamos preguntarnos sobre cuánta violencia hay en el entretenimiento infantil, sobre cuánto tiempo de ocio es dedicado a actividades que implican disparar, matar o destruir y cuánto a pasatiempos creativos y canalizadores de energía que permitan expresar y soltar lo que se lleva dentro. Porque la llegada de los videojuegos y de las tecnologías ha aumentado la oferta de juegos de este tipo, y hasta las armas de juguete ya tienen un parecido impresionante con las armas de verdad. Por ello, ¿consideramos de verdad que jugar a disparar y a matar, sea con una pistola de juguete o a través de una consola, sea “un juego”?

A lo largo de la historia, la humanidad ha sufrido guerras y matanzas horribles. Vivimos en una sociedad donde el uso de la violencia es muy frecuente y la exposición a comportamientos y acciones de este tipo es cotidiana y reiterada, incluso en contenidos de tipo infantil o juvenil. 

De hecho, se considera más aceptable una escena o un juego violento que la demostración pública de cariño o amor. Nos choca más ver a una pareja besándose en la calle que a dos personas discutiendo acaloradamente. Mien­­tras eso siga siendo así, las cosas no cambiarán. Por eso, qué les parece si dejamos de considerar la guerra como un juego y empezamos a jugar a otras cosas. 

En las escuelas, además de transmitir conocimientos, el interés por aprender y la adquisición de hábitos y técnicas de estudio, hay que intentar dar claves a nuestro alumnado para la resolución pacífica de conflictos, porque estoy convencido de que, salvo casos contados de legítima defensa, la violencia no se erradica con más violencia, sino con otros mecanismos y estrategias que se han mostrado eficaces. Técnicas como la de identificar exactamente el problema que haya surgido para centrarse en él, escucharse atentamente las dos partes, no generalizar, manejar adecuadamente nuestra rabia e intentar comprender los sentimientos del otro, pensar con tranquilidad sin reaccionar de forma au­­tomática o visceral, ser responsables de lo que hacemos y decimos para no tener luego algo de lo que arrepentirnos y buscar el lugar y el tiempo adecuados para limar asperezas, comprometiéndonos, en definitiva, con la no violencia y la paz. 

Vivimos tiempos muy duros, donde las utopías están cada vez más lejos. Está naciendo un nuevo mundo del que todavía no sabemos cómo será. Por ello, los líderes políticos, cuando surgen conflictos entre dos partes, deberían pensarlo muy bien antes de recurrir a la violencia y lanzarnos a una guerra sangrienta y desigual como la que ha desencadenado el presidente ruso con Ucrania, que no es ningún juego y puede ser la antesala de algo peor que puede estar por venir. 

Yo no sé a qué jugaría de pequeño el presidente Putin. Incluso me pregunto si alguna vez fue niño o tuvo alma de niño, porque parece más un psicópata que no conoce más instrumentos que la mentira, la extorsión y el asesinato, como tantos otros sátrapas que también merecen ser maldecidos. ¿Juegos de guerra? No, gracias. Como decía John Lennon, démosle siempre una oportunidad a la paz.