La Tercera edad
De hecho, hay países como Estados Unidos donde el envejecimiento se considera algo indeseable y esto repercute, no solo en la mirada que se hace sobre este colectivo a todos los niveles, sino sobre las propias personas mayores, que pueden caer en un cierto abatimiento si consideran que ya no son tan útiles como antes, porque esos estereotipos, que están internalizados en la juventud y reforzados por décadas de actitudes sociales, pueden convertirse en frenos personales que, a nivel inconsciente, actúan como profecías negativas que podemos pensar se realizarán, sobrevolando como una sombra que la sociedad, de manera injusta y poco empática, ha cernido sobre nosotros.
En países como Japón (uno de los más envejecidos del mundo) donde la vejez era un símbolo de estatus privilegiado respetado por todos, muchas personas mayores tienen que seguir activas después de la edad de jubilación porque está mal visto que cesen su actividad. La parte buena es que, en muchos casos, para combatir los problemas de salud física y mental optan por participar en actividades sociales, culturales, de ocio, etc.
A estas alturas de la vida lo que queremos es estar tranquilos pero activos y, aunque estamos en un periodo de relajación vital, también queremos integrar la ‘escuela de la vida’ en nuestro devenir como ciudadanos. En uno de sus poemas más hermosos, Mario Benedetti nos dice: “Aquí no hay viejos, solo nos llegó la tarde, una tarde cargada de experiencia. Somos seres llenos de saber, graduados en la escuela de la vida y en el tiempo que nos dio el postgrado...”.
Uno de los pequeños ‘dramas’ que padecemos es el de pensar que, en realidad, somos los mismos de siempre. Nos sentimos jóvenes de espíritu, con ganas de hacer muchas cosas y desarrollar más tranquilamente nuestras aficiones y capacidades. Estamos abiertos a las innovaciones e intentamos seguirle el ritmo a la vida, pero vamos comprobando cómo nuestras facultades físicas van menguando y, al mirarnos al espejo, la realidad nos pone en nuestro sitio. Pero eso no significa, no debe significar, que ya no se cuente como se debiera con nosotros.
El abuelo de la familia Cebolleta, historieta creada por el dibujante Vázquez en los años cincuenta del siglo pasado en las páginas de la revista El DDT, con su enorme barba blanca y su interminable verborrea se convertiría en uno de los personajes de cómics más recordados de la época. Estaba obsesionado con contar batallitas, pasando al imaginario colectivo y a la lengua común a través de la frase hecha: “Cuentas más batallitas que el abuelo Cebolleta”.
La verdad es que, a la mínima ocasión que tenemos, nos gusta hacer partícipes a quienes quieran oírnos de nuestras andanzas y experiencias, que pueden resultar enriquecedoras, emotivas, curiosas, graciosas y hasta patéticas, pero que siempre transmiten algo interesante, aunque solo sea por la comparación con la realidad actual y por las enseñanzas o moralejas que se puedan sacar de ellas.
Suele ocurrir que, en muchas ocasiones, cuando hablamos de nuestra juventud, de los usos y costumbres de la época y de la forma en que la vida transcurría entonces, nos damos cuenta del tiempo pasado y de los cambios producidos, a veces para bien y otras para mal. Desde lo que comíamos, hasta cómo vestíamos, nos divertíamos y nos relacionábamos. Y todo ello en un ambiente político convulso, intentando conseguir derechos y libertades que costaron mucho y que la juventud de ahora puede que no valore porque se lo ha encontrado todo hecho.
Crecimos movilizándonos en la lucha contra el franquismo y vivimos la llamada ‘Transición’, con sus luces y sus sombras. Jugamos un papel crucial en la lucha por las libertades políticas y la democratización del país, que fue testigo de una intensa movilización juvenil.
Y la música fue fundamental en la expresión de los deseos de cambio y libertad. Ese periodo vio el surgimiento de numerosos cantautores y grupos musicales de variados estilos que utilizaron sus canciones como herramientas de protesta y esperanza, y también de emoción y diversión. Luego, la llamada ‘movida’ tomó el relevo de la música comprometida y marcó una ruptura con la música de protesta, introduciendo una cultura más hedonista a la vez que la sociedad se desmovilizaba.
Menos mal que “los viejos roqueros nunca mueren”, y seguimos en la brecha dando lo mejor de nosotros mismos para quien lo sepa valorar.