Paracaídas
Creo no equivocarme al afirmar que a todos nos gusta la seguridad, el envolvernos por una serie de hábitos que nos definen y unos patrones ideológicos, afectivos y espirituales que nos vinculan a un lugar concreto y a unas personas determinadas.
De hecho, no es fácil cambiar muchos de los esquemas de pensamiento y hábitos de conducta que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida a través de la educación, la familia, los amigos, las lecturas y los acontecimientos vitales que han ido formando nuestra personalidad y han forjado nuestras convicciones, porque están anclados en lo más profundo de nuestro ser. Cuando uno está seguro de lo que es, de lo que desea y necesita, parece que ya no hay vuelta atrás y que nadie pueda convencerle de lo contrario.
Estamos asistiendo a una ofensiva ultraconservadora, tanto en España como en otros países, de ciertos sectores políticos y mediáticos, en la que pretenden imponer unos principios ideológicos que chocan precisamente con unas convicciones que parecían estar bien asentadas entre nosotros y que están claramente definidas en nuestra Constitución y en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos y que los Estados tienen la obligación de respetar, proteger y hacer cumplir. Que tengamos que seguir hablando a estas alturas de que no se puede discriminar a nadie por su raza, sexo o religión, de que la igualdad entre hombres y mujeres es innegociable, de que se tiene que trabajar en condiciones justas y favorables, que todos tenemos derecho a la salud, la libertad de expresión y la cultura, la igualdad ante la ley, al asilo, a la educación pública de calidad, a no ser expulsado arbitrariamente, a una vivienda digna, a decidir sobre nuestro cuerpo, etc., etc., no deja de ser sintomático de que, en ocasiones, esta sociedad civilizada no deja de tener achaques retrógrados y reaccionarios.
En Estados Unidos, Italia, Francia, Israel, Gran Bretaña, Alemania y, también, en España, con el advenimiento de sectores ultrrareligiosos (judíos, católicos, evangelistas…) de derecha más extrema, nacionalistas y con un discurso populista y embaucador, que apela a los instintos más primarios, están consiguiendo avanzar en el ideario colectivo con la ayuda, en ocasiones, del silencio o la complicidad de la derecha conservadora y liberal tradicional. Y eso son malos vientos para la libertad y la democracia.
A todas las personas en general, pero especialmente a aquellas que puedan sentirse atraídas por el inmovilismo, la tradición más rancia y el pensamiento más patriarcal y anticuado, les recomendaría que siempre hay que dejar una puerta abierta, aunque sea pequeña, a la posibilidad de cuestionar o relativizar la consideración de un asunto e, incluso, ponerlo en entredicho. Abrir nuestra mente es fundamental para saber aprovechar las oportunidades que se nos presentan de seguir avanzando tanto personal como colectivamente.
Bertrand Russell (1872-1970) filósofo, matemático y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, afirmó en cierta ocasión que “la mente es como un paracaídas, funciona mejor cuando está abierta”. El que fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX y un firme defensor de la paz, se caracterizó por rebelarse ante todo intento de imposición que pudiera existir en el desarrollo del saber. Por este motivo aprendía de muchas fuentes diferentes, tratando de sortear los límites que otros trataban de imponer al conocimiento. Por ello, sigue siendo hoy en día un ejemplo ineludible de la búsqueda de la verdad, del inconformismo intelectual y de la lucha por la paz. “No hay que temer, solo hay que entender”, decía.
Como decía una amiga mía, cambiar de opinión implica cuestionar creencias. Esto no quiere decir que hayas estado equivocado hasta ese momento, sino que quizá esas creencias, entonces, no te limitaban, no eras del todo consciente, no estaban bien identificadas o no te han servido para funcionar. Pero para ello debemos estar prevenidos ante los cantos de sirena de aquellos que, a sabiendas, mienten, engañan o inventan noticias falsas intentando deslegitimar al que no piensa como ellos o a sus rivales políticos.
En fin, cuando estamos dispuestos a aprender nuevas cosas y aceptar nuevas ideas gracias a nuestra apertura de mente, podremos cambiar nosotros y nuestra realidad. Podremos desarrollar nuestra capacidad de pensamiento crítico sin olvidar que vivir en una sociedad democrática es hacerlo en un estado de permanente alerta y provisionalidad ante las posibles amenazas de involución. Tener certezas por nuestra experiencia y aprendizaje vital es importante, pero una mente abierta, como los paracaídas, nos permitirá ‘aterrizar’ en la vida de manera más segura.