¿Cómo vives el verano?

Artículo de José Marcelo

El verano es la culminación de la juventud, fruta madura deseosa en la boca que la muerde y se deshace. Es la luz cegadora que penetra en nuestro interior, ahuyentando toda oscuridad. Es la manifestación de la virilidad y la fertilidad de la naturaleza.

El solsticio de verano se impone con espíritu renovador, con propósitos nuevos y con el deseo de deshacerse de lo viejo. Deja de ser anhelo, para ser manifestación y acción. 

En la mitología griega, al dios sol, Helios, se le representa coronado con una brillante aureola luminosa que conduce un carro tirado por caballos que arrojan fuego. Cada día hace su trayectoria por el cielo, circulando alrededor de la tierra. 

Esta visión tiene sus raíces en la cultura mediterránea y grecolatina, que conforma nuestra herencia cultural, nuestro carácter y la filosofía de vivir la vida. Somos hijos de la luz, convivimos en la calle, en la plaza.

Otro tema es cómo se afronta el verano. Por un lado, los que trabajan durante once meses al año, para tener vacaciones un mes, y hacer un viaje de unos días. De otra parte, aquellos esperanzados en trabajar los meses de verano, porque su economía depende del turismo estival y la demanda de trabajadores es mayor en estas fechas ¡Ésta es otra realidad! Pero en ambas circunstancias, de manera muy distinta, el verano exige que se viva: en el mar, en la montaña, en el trabajo, o en la casa protegiéndote del calor intenso, para salir durante la noche, que se hace plácida y corta. 

El verano se desnuda con cuerpo de mujer y penetra en el alma humana, que le ciega con tanta luz y belleza. Y su tiempo hay que pararlo, o bien matar el tiempo para saborear del descanso, de la siesta de la tarde. Porque el error está en caer en las prisas, que se le exige al turista. Porque al turista sólo se le ofrece ver, pero no sentir el paisaje. Es más importante ser peregrino y hacer camino. No es tiempo de melancolía ni de planificar nada, sino de hacer, de recrearse en el tiempo, de vivirlo simplemente. 

Cuando celebramos el solsticio de verano, estamos haciendo el rito ancestral de compromiso de renovación. Para ello es necesario ser valientes y tomar decisiones, escuchar nuestro ‘yo’, y realizar cambios para mejorar. Porque es inútil quejarse, argumentando que se escapa el tiempo y no se hace aquello que tanto se anhela. Todos los buenos propósitos se quedan esperando. El verano, como la vida, se nos va. Insisto en ello: la solución está en vivir el tiempo. 

Este vivir el tiempo es ir al encuentro de las raíces: ese lugar donde se nació, la familia y el amigo. Estar satisfecho de haber hecho bien los asuntos de la vida; poder sentirse orgulloso de los hijos, de los nietos y de los amigos. Tener un espíritu abierto, sin muros ni fronteras.

Quedémonos con la lección aprendida, que vivir sea ese equilibrio entre el trabajo y el tiempo dedicado a los afectos, y nos conduzca a ser cada día mejor persona. Entonces sentiremos el verano como ese tiempo en que la luz viaja hacia nuestro interior para realizar una plena iluminación.

Allí, en esa luz profunda, se nos revelará la verdad de la vida.