Escuchar como profesión

Columna de José Marcelo

A la memoria me vienen aquellos años de mi infancia, recuerdo la imagen de las mujeres reunidas y sentadas delante de la puerta de la casa, cuya puerta siempre estaba abierta y con cortina. Ellas conversaban, mientras compartían rodajas de limón bajo el tibio sol del atardecer.

Hoy día pasamos el mayor tiempo encerrados, en el trabajo, en la casa delante del televisor o frente al ordenador. Y si tenemos disponibilidad o necesidad de ocio, pagamos una afición, o bien vamos al bar, como de paso, para tomar un café. La realidad es que hemos perdido tiempo y espacio para conversar. 

El filósofo coreano Byung-Chul Han, residente en Alemania, en su ensayo La expulsión de lo distinto plantea una visión de la sociedad actual. Hace una reflexión sobre la influencia de las redes digitales como sistema de comunicación.

Byung habla de la comunicación digital, advierte de sus peligros y de cómo afecta a los usuarios. Es un orden digital que nos despoja de toda intimidad. Actúa como un mundo global que nos iguala y que destruye lo diferente, lo distinto, lo singular que hay en cada persona. Se pierde la capacidad de asombrarse, cuando se hace uso repetitivo de las conexiones. La tensión que causa competir para captar la mayor atención, produce un estado de ansiedad y depresión. Además, afirma que las redes digitales crean un modelo de sociedad narcisista, donde el individuo se encierra en sí mismo, siendo sordo y ciego para conversar con su vecino. 

Como alternativa ante este paradigma narcisista, el autor de La expulsión de lo distinto contrapone la importancia que tiene ‘la voz’ y ‘la mirada’ para la comunicación, porque implican reciprocidad, ‘mirar y ser mirado’, ‘escuchar y ser escuchado’. Y se atreve a augurar que ‘escuchar’ será la profesión de futuro mejor pagada. 

Es cierto que internet es una ventana que se abre al mundo, pero hay que hacer buen uso de las redes digitales para no quedar atrapados en la hipercomunicación, que supone un exceso de información a la que nunca se puede acaparar, ni digerir.

El filósofo Byung-Chul Han argumenta que “uno de los mayores males que presenta la hipercomunicación, es que reprime los espacios libres de silencio y de soledad, los cuales son necesarios para decir cosas que realmente merecen ser dichas”. Porque el lenguaje sin tiempo de silencio es ruido. 

Si las redes digitales consiguen que el ser humano pierda su comunicación corpórea, de su voz y de su mirada; caería en un estado de depresión. Entonces necesitaría de ese profesional que sepa escuchar. El augurio del filósofo coreano Byung se cumpliría. Además, yo pronosticaría que perderíamos parte de nuestra humanidad.

La alternativa para salvar la convivencia humana, pasa por plantearse una nueva concepción de entender el uso del espacio y del tiempo. Recuperar la calle para encontrarse y hacer uso de nuestro tiempo libre para conversar.

Escuchar implica que el ego quede en suspense, haya una necesidad de conocer y ponerse en el lugar del ‘otro’, de nuestro vecino. Y ser una caja de resonancia, donde se libera quien habla, que se dé un silencio amigable y hospitalario. Prestar toda la atención, sin emitir juicios.

Otra alternativa es recuperar las sensaciones: abrir bien los ojos para contemplar el paisaje natural y estar en contacto con la tierra. Coger el agua del mar, notar cómo se escurre entre los dedos. Mirar el paisaje humano que nos rodea, y vivir como seres que formamos parte de él. Porque escuchar es comprender nuestro mundo y, para ello, hay que evitar los ruidos. Sentirnos humanos.