Tras la huella de la existencia

Cuando queremos darle sentido a la vida humana, buscamos razones de por qué y para qué de nuestra existencia; recurrimos a analizar la realidad que vivimos. Pero la realidad, como cita María Zambrano: “la realidad, ha dicho Ortega y Gasset, se presenta siempre como fragmentaria; es decir, hace alusión a algo que le falta, jamás se da como un todo completo, sino más bien como una totalidad en la que le falta algo; la unidad se da así no por presencia, sino por ausencia”. (Cita recogida en el apartado ‘huella del paraíso’ de su libro El hombre y lo divino).

Para  conocer ‘esa otra realidad’ que nos falta y que está ausente, recurrimos a la metáfora como medio de comunicación, y a “las razones del corazón, que el corazón no conoce”. Zambrano dice que “es el corazón el lugar donde alberga los sentimientos inextricables, que saltan por encima de los juicios de lo que puede explicarse”. Porque el corazón como metáfora es: ese motor que con su sangre mueve la vida y produce el latir de los sentimientos. Y en ese pasar ‘el tiempo de la vida’, nos acogemos a la nostalgia del pasado para mantener vivos los sentimientos,  y a la esperanza para construir el futuro.

Emilia García Castillo, autora del poemario Calles de la memoria (edición libros de la Axarquía), en su introducción hace  mención también a la búsqueda de esa huella dejada por la existencia; ella, citando a nuestra pensadora, expresa: “Dice María Zambrano que el arte parece ser el empeño por descifrar o perseguir la huella dejada por una forma perdida de existencia”. Y, como poeta, Emilia nos confiesa: “Y esa huella es, quizás, la que yo he estado buscando y busco con mi poesía”.  

La autora realiza una introspección, devolviéndonos su mirada del pasado, con el que dialoga desde la realidad actual; confrontando la nostalgia y la esperanza, a ese porvenir incierto. Lo hace como quien nace de nuevo, yéndose  al parto, a quien le dio la luz: “Vuelvo a mi cuna y alzo la mano/ al cabello joven de mi madre, /le palpo los labios que besan y sonríen, /siento su aliento que protege y alimenta”.

Las calles y plazas de su infancia han cambiado con el tiempo: ‘La Plaza Espinar’, lugar de fiesta y de verbena,  ahora está vacía y le mira en silencio.  La niña, ya mujer, no se calla cuando pasa por la calle  ‘De los Gigantes’, nos cuenta que: “le voy diciendo en voz baja, inaudible, / que aquí justo, en esta calle desolada y desierta / jugábamos hace tiempo”. En la calle  ‘La Gloria’ busca la fuente donde “las mujeres llenaban sus cubos de hojalata/ [...] Ya no hay fuente donde llevar los cubos”. Así recorre las calles con nostalgia, unas veces les vienen recuerdos alegres, otros son pesadumbres que persisten en el tiempo. Les pregunta a las calles − ¿por qué de su pesar? – Ella, como poeta, sigue su camino, buscando esas huellas que dan razón de ser a su existencia, porque “quiere penetrar el corazón de la piedra, / ese corazón duro de la piedra que traspasa