Hacia un imperio global

La visión imperial global del mundo puede ser inminente. A medida que el siglo XXI va avanzando, el nacionalismo pierde terreno. 

La aparición de problemas globales, como el deshielo de los casquetes polares, hacen confirmar que ningún Estado soberano puede librarse del calentamiento global; ni ninguno de ellos es realmente capaz de ejecutar políticas económicas independientes;  declarar y sostener  guerras a su antojo; ni incluso gestionar asuntos internos como le plazca. Los Estados se ven obligados amoldarse a los estándares globales de comportamientos financieros, de políticas ambientales y de justicia. El creciente desarrollo de la tecnología de la información a través de las redes sociales de internet, y su control por empresas privadas que facilitan la comunicación global.

El asentamiento del liberalismo económico como modelo de mercado capitalista que se impone internacionalmente, y rebasa toda frontera comercial. El avance de la ciencia y de  la reciente revolución de la inteligencia artificial que  realizan científicos de empresas privadas y, en las que participan cada día más gobiernos. Todas estas circunstancias facilitan la creación de un imperio global.

La globalización, como una realidad que ha llegado para quedarse, hace que nos planteemos sus ventajas y desventajas. E incluso, ante los cambios socio-culturales y económicos que imponen, también nos exige cómo adaptarnos en nuestra vida cotidiana. Exigencia de adaptación que será difícil de lograr para una gran mayoría de la población. Entre las ventajas tenemos la extensión de la comunicación; el intercambio cultural; la desaparición de las fronteras económicas;  el intercambio lingüístico; y la universalización de los derechos humanos. Y encontramos desventajas como el intervencionismo extranjero; la pérdida de la identidad nacional; el declive de las lenguas minoritarias;  el aumento del desempleo; y  la concentración del capital en empresas multinacionales.

Uno de los peligros de este nuevo imperio global será el crecimiento de la desigualdad socio-económica que  creará una nueva jerarquía social piramidal. Poder que será ostentado por una élite minoritaria que concentrará el poder económico y político. Que se refuerza como consecuencia del actual resurgimiento del humanismo evolutivo: basado en la teoría de la evolución; en los conocimientos adquiridos en la biología humana para manipular la genética y crear al ‘superhombre’. E, incluso, en un futuro cercano, utilizando la tecnología de la inteligencia artificial. Tristemente, el nazismo utilizó esas ideas en la segunda guerra mundial para justificar el genocidio. Esperemos que estos hechos no se repitan en la historia humana, y se imponga el humanismo social que cree en la especie humana como colectividad, y se trabaje por la igualdad social. Que junto con el humanismo liberal que se fundamenta en la libertad de los individuos; ambas sean motivadoras de la autoridad ética y defiendan los valores humanos.

He de decir que nos queda una difícil tarea: aprender a adaptarnos a la nueva realidad científico-tecnológica y socio-económica de este nuevo imperio global; exigiendo valores éticos en una política internacional.