Impresionantes luces de Navidad

Columna de José Marcelo

Se diría que la Navidad se ha desmadrado, ha perdido ese mensaje original de nacimiento humilde, recatado y familiar. Ahora es todo un acontecimiento a celebrar mostrando su boato y esplendor real, como si fuese el nacimiento del rey Herodes y no de Jesús, el hijo de María, quien nació humilde. Lo digo por las impresionantes luces de Navidad, que son auténticas obras de ingeniería que se exponen en las principales ciudades de España y del planeta Tierra (que, por otra parte, arde y se nos muere). La razón es competir por quién se ‘lleva el gato al agua’ de las bonanzas del turismo: Madrid, Barcelona, Vigo, Málaga...Todo vale, si con ello se activa la economía.

En ese momento culmen en que la música y la luces de Navidad eran una manifestación de armonía, cuya acción atraía mi atención y la del público presente, se me desvió la cámara del móvil y comencé a grabar las imágenes publicitarias del vídeo del comercio de enfrente, que vendía ropa interior. Debía de decir: sin comentarios, y así espero una sonrisa socarrona de ti, lector. Pero, la verdad, es que me sentí decepcionado, había perdido la inocencia. ¡No la que tú te figuras y has pensado! Me refiero a la inocencia de ese niño que cree en los Reyes Magos. Porque la Navidad que yo creo la han puesto en venta.

La razón vital que nos mueve es la de vivir el pre­sente, la de agotar el tiempo de modo acelerado y divertirse sin reparos. Porque la máxima que nos aplicamos es que la vida es breve. De­cimos que la vida es tan corta, que apenas son dos días: un día para vivir y, el otro para pre­pararse para morir. Este pensamiento filosófico es el cultivo que abona el modelo de vida que hemos creado, de una sociedad de consumo. Y nada ni nadie tiene la culpa, porque pen­sar en culpabilidad supondría buscar pecados y pecadores. Lo único cierto, y no po­de­mos negarlo, es el miedo al futuro.

No es cuestión de decir que el pasado fue mejor, porque recuerdo que los años de mi infancia fueron de carestía. Pero había hogar y los dulces de Navidad se elaboraban en casa. Los regalos se recibían con ilusión. Aunque no eran grandes regalos, pero tenían la calidez humana de ser artesanos, porque algunos juguetes te los hacían tus padres o abuelos. Eran juguetes duraderos. Había también quienes no recibían ningún regalo, como escribe el poeta Miguel Hernández: “Por el cinco de enero, /para el seis, yo quería / que fuera el mundo entero / una juguetería. / Y al andar la alborada / removiendo las huertas, /mis abarcas sin nada, /mis abarcas desiertas”. Pero esa pobreza, a la que alude el poema, sigue existiendo hoy también. Por desgracia, con una gran desigualdad en el mundo, porque unos viven en la opulencia y otros viven en la indigencia. En esto no ha cambiado nada.

A pesar de esta vorágine de compras y de vida acelerada, donde cada uno va a lo suyo, yo, como soy un sentimental, pienso que es posible un mundo mejor. Que el telediario, algún día, nos informe de buenas noticias. Me dirás tú, lector, ¡que soy un iluso! Y, es verdad, tienes razón. Hablando de la razón, te digo que el germen de todos los males de la Historia ha sido la locura de los poderosos por tener razón. ¡Qué bien nos sale todo cuando ponemos sentimientos a nuestros actos! Cuando actuamos con comprensión y nos situamos en el lugar del otro. El espíritu de la Navidad es tener comprensión y solidaridad. ¡Apuesta por este espíritu!