La palabra democracia

Columna de José Marcelo

“Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”. Esta definición, tan acertada, es la que recoge nuestra pensadora veleña María Zambrano en su obra Persona y democracia. Lectura que recomiendo a todos, porque somos ciudadanos, y, en especial, a las personas que nos gobiernan. 

María Zambrano analiza con profundidad el nacimiento del individuo y de la sociedad, los hechos históricos en los cuales el hombre se ha visto implicado como pueblo y el surgimiento de los modelos de Estado. Nos va introduciendo en el concepto de ‘persona’, enseñándonos el verdadero sentido de la palabra democracia. Hace una distinción entre los conceptos de ‘individuo’ y de ‘persona’. Nos dice: “En la expresión ‘individuo’ se insinúa siempre una oposición a la sociedad, un antagonismo. La palabra individuo sugiere lo que hay de irreductible en el hombre concreto individual, mas en sentido un tanto negativo. En cambio, persona (…) es algo más que el individuo: es el individuo dotado de conciencia, que se sabe a sí mismo y que se entiende a sí mismo como valor supremo, como última finalidad terrestre. La persona, lugar donde el futuro se abre paso, necesita de un ayer que le equivalga. (…) Sólo la persona humana puede ‘unir’ el tiempo. Por ello, primero lo separa, es decir, lo constituye en pasado, aísla el presente y queda como vacía, disponible para que el futuro pueda penetrar”.

María Zambrano nos plantea los conflictos que se dan entre el individuo y la sociedad, de la persona con el Estado, cuando es el Estado quien olvida los valores de la persona. Argumenta: “La existencia del individuo ha inspirado una fe y se ha convertido en una religión que, al encontrarse sin dogmas, se extremaba hasta llegar a negar -con el anarquismo- la sociedad. (…) Los que elegían la sociedad, especialmente en esa dimensión más anónima, más alejada de la persona, el Estado, la extremaban igualmente -la extreman, pues tal pasión no ha desaparecido-. Ella está llamada a absorber el individuo enteramente por medio del Estado, que dicen integra y trasciende los dos. El Estado en su virtud resulta deificado: viene a ser Dios y es por tanto absoluto frente y sobre el individuo que le es entregado en pasto”. 

De aquí, el surgimiento de modelos de sociedades teocráticas, de Estados totalitarios, de nacionalismos, los cuales no reconocen la libertad del individuo ni los valores de la persona. María Zambrano nos ofrece soluciones, que pasan por la humanización de la sociedad y la inclusión de la ‘persona’, para crear sociedades democráticas 

La pensadora también nos acerca a la auténtica concepción de ‘pueblo’, pero nos advierte de la manipulación que se hace a través de la demagogia, para utilizarlo como masa; es cuando desaparece la entidad de ‘persona’. Se produce el vacío, la negación de la democracia. Nos informa: “Tenemos, pues, dos tipos de relación, según se considere al pueblo como una totalidad o como una clase. Como clase se distingue y puede oponerse a otras clases; como totalidad se distingue y puede oponerse al individuo. De la primera relación puede surgir una democracia que sea el poder del pueblo aplastando a las otras clases. De la segunda, una democracia donde el valor del individuo no sea reconocido ni respetado: una democracia, diríamos totalitaria. Hablar desde el supuesto de una cualquiera de esas dos concepciones del pueblo es, pues, demagogia. Es demagogia porque se acepta su forma actual de ser, sin proponer una superación que le conduzca a que esas oposiciones no tengan lugar, a lo menos en forma de conflicto”.

Que estamos en una crisis, es un hecho real indiscutible. Vivimos en un mundo global que construye fronteras para mantener un poder económico. Que menosprecia la humanización del mundo. Ante esta cruenta realidad, surgen los Estados que pierden su identidad y, como consecuencia, crean un vacío; un vacío que llenan con unos nacionalismos carentes de sentimiento universal. La sociedad humana no es la homogeneidad, sino la aceptación de la diferencia. Es imprescindible humanizar la sociedad, resolver los conflictos, derribar las fronteras económicas y crear un mundo solidario, para vivir una verdadera democracia.