La sombra del pasado

Columna de José Marcelo

Amalia Mª Jiménez presenta su novela La som­­bra del pasado. En ella nos plantea un tema de conciencia, como es la decisión sobre la vida. El pasado es el elemento central de la novela, porque todo gira alrededor de él. El pasado pesará como una losa y se hará presente en el tiempo. Este pesar es causado por un grave delito que se ha cometido, que no se ha superado, ni se ha pagado por él. La autora del delito se convierte en verdugo y víctima; padeciéndolo toda su vida. Cuyas consecuencias trascienden a las posteriores generaciones.

La autora consigue implicar al lector que, de manera inconsciente, sentirá deseo de emitir juicios sobre los personajes y que, a la vez, comprenderá que se está juzgando a sí mismo. Esto se da gracias a la atemporalidad de la narrativa, donde la pro­blemática aparece con distintas perspectivas en los personajes. Hay sólo dos alternativas: identificarse con los personajes o juzgar y ser juzgado.

El drama de la historia se desarrolla en un triángulo espacio-temporal: Majan es el pasado, un pueblo de la vieja castilla que pertenece a la provincia de Soria, que está abandonado en la actualidad. Vélez de Benaudalla es el presente, un pueblo de la provincia granadina bañado por el río Guadalfeo y rodeado de sierras, que es donde viven sus descendientes. La isla de Ibiza será el futuro. Estas localizaciones potencian el realismo de la novela. En este triángulo la autora mueve muy bien los hilos del tiempo, ubica tres generaciones, a tres mujeres: la nieta (Valeria), la madre (Sofía), la abuela (María). Porque para explicar el comportamiento del presente, tiene que conocer el pasado. No hay futuro, si los errores del pasado no se han superado.

El pasado al que se refiere Amalia Jiménez en la novela es el mismo que María Zambrano describe en el libro La aventura de ser mujer: “Pueblo de Castilla: como éste mil, todos. Época de recolección, las mujeres se inclinan sobre la tierra abrasada desde antes del alba hasta después del oscurecer, acompañan al hombre en el duro trabajo, más duro porque de él queda, para el que lo ejerce, un escaso y mísero rendimiento. (…) Quedan desparramados los más pequeños, descalzos, las morenas carnes entre los jirones de un mugriento delantal, los chiquillos juegan, chillán, se apedrean... Un niño de pocos meses, en la humilde cuna, pasa -ausente de la madre- todo el día al cuidado de una vecina”.

El efecto de la atemporalidad está conseguido y, gracias a este acierto, logra mostrarnos la evolución en el tiempo de los perfiles psicológicos de los personajes. Es el pasado y su ideario sociocultural y religioso del tiempo que le toca vivir, lo que hace que los personajes tengan sentimientos de culpabilidad, que sientan discriminación por ser diferentes, que vivan en una comunidad con una la falsa moral y que padezcan la ignorancia y la miseria. Todas ellas son desencadenantes del modo de actuar de los personajes y del daño que producen, pero también son atenuantes para perdonar y perdonarse. Ante este planteamiento, la finalidad de la autora de la novela es hacer partícipes a los lectores para que tomen conciencia de la problemática. Nadie se libra de la culpa, de la necesidad de perdonar y ser perdonado, porque refleja muy bien un pasado de nuestra historia, el cual quedó arraigado en nuestra genética sociocultural.