María Zambrano y el espíritu de sus gatos

Columna de José Marcelo

Sus pasos son sigilosos y elegantes, con mirada penetrante en la oscuridad, sensible a percibir acontecimientos y estados de ánimo, a sentir la presencia de la muerte. De espíritu libre, viajero de los sueños lúcidos y del inconsciente. Una divinidad. Así veían  los egipcios al gato, como un ser sagrado. El castigo por maltratar o matar a un gato era la muerte. La diosa egipcia Bastet era representada con cabeza de gato. 

El zoólogo británico John Bradshaw habla de la personalidad de los gatos. Destaca que los gatos no nos ven como personas, ni como dueños, sino como iguales. Somos, para ellos, una proyección gigantesca de ellos mismos. 

María Zambrano manifestó en su vida una gran admiración hacia los gatos, porque siempre estuvo unida a su presencia. La imagino, desde su más tierna infancia, en su casa de la calle Mendrugo de su pueblo natal, Vélez- Málaga, viviendo con sus gatitos y poniéndoles nombres a cada uno de ellos, como cualquier niña: “Mi gata Rosana/ vestía una/ bata de luna/ y cada mañana/ amanecía en mi cuna. /Mustafá mi gato/ un bigote tenía/ y un rabo muy largo, / un bisoñé se ponía/ a la hora del baño”.

Se recoge en la biografía de la pensadora el apego que tuvo hacia los gatos, porque existen numerosas fotografías, donde vemos a María con ellos en sus brazos. En el mes de agosto de 1964, María Zambrano y su hermana Araceli se ven literalmente expulsadas de Roma. Fueron denunciadas por un vecino a causa de los gatos que tenían en su piso de Lungotevere Flaminio. Recibieron de la policía una orden de expulsión para dejar Italia en doce horas. Enterado Saragat, presidente de la república italiana, interrumpió un Consejo de Ministros para cancelar el susodicho mandato de expulsión. Pero, en septiembre, las dos hermanas, acompañadas de su primo Rafael Tomero, abandonan Roma. El poeta Rafael Alberti nos relata la escena de la salida: “María iniciaba la partida hacia el pequeño caserío francés de La Piéce, en la frontera Suiza, con toda su corte felina a cuesta maullando desde el interior de mínimas jaulas”.

María Zambrano vería en los gatos, me­tafóricamente hablando, la personificación de la li­bertad de espíritu. Cierta­mente, mantuvo una buena relación con esos animales misteriosos que son los gatos. ¿Quién sabe si, entre ella y los gatos, tendrían un pacto se­creto para trasmitirse saberes ocultos? 

El poeta francés Pierre Jules Théophile al hablarnos de los gatos, nos dice: “Se convierten en compañeros de tus horas de soledad, melancolía y pesar. Permanecen veladas enteras en tus rodillas, ronroneando satisfechos, felices por hallarse contigo, y prescinden de la compañía de animales de su propia especie. Los gatos se complacen en el silencio, el orden y la quietud, y ningún lugar les conviene mejor que el escritorio de un hombre de letras. El afecto de los gatos es una labor muy difícil de ganar; serán tus amigos si sienten que eres digno de su amistad, pero no tus esclavos.” 

Ernest Hemingway, quien sentía también una gran admiración por los gatos, refiriéndose a sus sentimientos, resalta: “Los gatos tienen una absoluta honestidad emocional; los seres humanos, por una razón u otra, pueden ocultar sus sentimientos, pero los gatos, no.”

Está relación afectiva entre María Zambrano y los gatos ha trascendido más allá de la vida, porque la tumba de la pensadora ha estado siempre acompañada por ellos. ¡Misterio de la vida!  Sí, misterio, porque el paraíso jamás será paraíso si no hay animales, árboles y plantas. Los gatos como guardines sabios, ellos conocedores de la vida y de la muerte.