Noviembre o la melancolía del tiempo

Columna de José Marcelo

“El ayer me ha dado a la luz. He aquí al hoy, y he creado los mañanas. (…) Yo soy el Demonio Rojo que reivindica el Ojo Divino. Ayer he franqueado la puerta de la muerte, he aquí que hoy llego al termino de mi viaje”. Palabras que se recogen en el capítulo 156 de El libro de los muertos. Este libro, de origen egipcio, influyó en la cultura grecolatina. Vemos, en la obra La Eneida, de Virgilio, aparecer un personaje que guarda grandes similitudes con el citado Demonio Rojo del Libro de los muertos, como es Caronte: “Guarda aquellas aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte, cuya suciedad espanta; sobre el pecho le cae desaliñada larga barba blanca, de sus ojos brotan llamas; una sórdida capa cuelga de sus hombros, prendida con un nudo: él mismo maneja su negra barca con un garfio, dispone las velas y transporta en ella los muertos, viejo ya, pero verde y recio en su vejez, cual corresponde a un dios”.

Noviembre, otoñal, con sus hermosos atardeceres y lentos ocasos, se nos presenta rememorando el tiem­po. Como si la mirada del tiempo nos quisiera atrapar en el pasado, en el recuerdo de los que hicieron el viaje de la verdad. 

Actualmente, es triste que haya una tendencia a abandonar nuestras creencias, las cuales son las raíces de nuestra genética histórica y conforman nuestro acervo cultural.  Me refiero cuando se hace para acogerse a la moda de ‘la cultura del consumismo’; ejemplo de ello es Halloween,  donde se parodia de manera carnavalesca a la muerte.  Esta actitud nos conduce a concebir, de manera equívoca, el concepto de vivir el tiempo; lo hacemos cuando creamos un  estilo de vida, en la cual queremos anular el pasado y no pensar en el futuro, se reitera hasta la saciedad ese deseo de vivir el presente. Es cierto: hay que vivir en el presente, pero es un presente que se va construyendo desde el pasado. Porque es este pasado el que, como persona, debemos aislar, para proyectar el presente hacia el futuro. Pero siendo siempre consciente de que somos la acumulación de nuestras vivencias y experiencias. Todo ello conforma parte de nuestro ser. 

Y como se nos  relata  en la mitología griega: ‘Kronos’ representa al tiempo, ese dios que devora a sus propios hijos. De lo que se deduce que el tiempo no nos pertenece.  Aunque en la vida, lo que se nos da es tiempo, pero un ‘tiempo’ que nos enseña. 

Vivimos en una sociedad en la que todo se compra: la comida, el vestir, la casa que habitamos… e incluso la felicidad, que se nos ofrece como mercancía. 

Pero, como me hizo reflexionar un amigo, “verdaderamente, todo lo pagamos con tiempo”. Porque es el tiempo el que empleamos en el trabajo, en el ahorro, para obtener el dinero.
Quiero pensar que la vida está para vivirla, compartiendo el presente de manera solidaria. Soy consciente de que existe un pasado en el cual no puedo ni debo quedarme,  pero va conmigo.  Sé de un presente que es efímero, en el cual debo dejarlo todo bien atado, para que amanezca un mañana esplendido.

Volviendo a noviembre, quiero rememorar con melancolía a mis mayores, a ellos que partieron y dejaron como herencia mi vida. Verme siempre en su mirada. Aceptar como dice el poeta: “Cuando llegue el invierno/ y el hielo cubra los campos, / para nada me sirve el recuerdo/ de que fue un campo de amapolas./ Yo quiero ser la tierra./ Esa tierra / que aguarda la memoria / de la semilla que brota. /Porque cuando yo me haya ido, / nacerán otros campos de amapolas”.