Noviembre y su sombra alargada
“El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos”.
Este párrafo pertenece a la leyenda El monte de las ánimas, del poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer. En ella nos habla de la noche de los difuntos y sus ánimas. Y es una muestra de que nuestra literatura recoge la tradición de celebrar “el día de los difuntos”.
Noviembre se nos presenta con su sombra alargada llena de melancolía. Con pensamientos puestos en los seres queridos que están ausentes, porque recordarles es tenerles presentes. Aunque somos conscientes de su ausencia ellos viven en nosotros, porque somos sus herederos.
Los atardeceres de noviembre tienen rostros de despedidas, de hojas caídas que anuncian el invierno. El paisaje es como si se ausentase. Pero esa ausencia nos invita a reflexionar sobre la vida y la muerte.
Celebrar Halloween, tal como se hace de manera comercial, parece una parodia de ponerle cara a la muerte. Cuando su único rostro, como he reiterado, es la ausencia del ser querido. La cual nos recuerda que parte de nosotros también se muere. Pienso que el día de los difuntos no es tema de parodia, sino de recogimiento.
La cultura occidental, y nuestra península ibérica, en particular, como amalgama de distintos pueblos y culturas, dan muestra de esa tradición milenaria de relación del hombre con la muerte, y donde ha convivido lo pagano con lo religioso. Obras de teatro como No hay plazo que no se cumpla de Antonio Zamora, la cual se estuvo representando en el día de los difuntos desde 1744 hasta 1844, y es esta última fecha cuando se estrena Don Juan Tenorio de José Zorrilla, la cual sustituye a la anterior, ambas obras suponen un rito nacional.
Y Don Juan Tenorio -a diferencia del Don Juan de Tirso de Molina- es redimido, después de la muerte, por el amor de Doña Inés: “Yo mi alma he dado por ti, / y Dios te otorga por mí / tu dudosa salvación. [...] Los justos comprenderán / que el amor salvó a Don Juan / al pie de la sepultura”. Esto me hace pensar que la fugacidad de la vida humana pasa, pero otras vidas nacen que toman los remos para navegar en el extenso océano del tiempo. Esta concepción filosófica es la que nos hace ser herederos de los valores que trascienden. Ejemplo de esos valores es la creencia de trascender más allá de la muerte, cuyo pensamiento da razón de ser a lo humano. Pero es el amor el sentimiento que nos une y da sentido a la vida, el que verdaderamente nos ayuda a soportar los avatares de la vida y a convivir con la presencia de la muerte.
Y cuando llegue esa “sombra alargada” decidle como el poeta: “¡Dejad la puerta abierta / para que entre esa ladrona / que roba el alma! / Que se llevará un desengaño: / la casa está vacía / y no hay nada para llevarse. / Que mi alma florece / en esos campos, / sembrados con palabras. / Palabras con raíces”.