Somos lo que comemos

Columna de José Marcelo

“Si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados, denle mejores alimentos. El hombre es lo que come”. Esta cita pertenece al filósofo y antropólogo alemán Ludwing Feurbach que la dejo escrita en su obra Enseñanza sobre la alimentación.

El ser humano ha hecho de la elaboración de su alimentación una cultura con identidad propia. Esto se ha dado como consecuencia de ser heredero de una tradición histórica-culinaria. Lo que me hace pensar en la importancia de la gastronomía como expresión cultural, como seña de identidad y de reflejo del estilo de vida de un pueblo. En su conjunto como legado de un arte y un saber.

Pero me duele que, políticamente, la identidad de un pueblo sea utilizada para crear frontera. Grave error en el que se cae, porque es negar la diversidad cultural en la que está inmerso. Es restringir la universalidad de sus valores: la lengua, el pensamiento, el arte, la literatura, y su gastronomía…

Quiero creer en esa identidad que me alimenta de la diversidad. Alejarme del localismo, pero sintiéndome orgulloso de mi cultura gastronómica, de mis espetos de sardinas que pido que lo declaren ‘Bien Cultural de la Humanidad’. Porque el mal reside en ese pensamiento negativo, en esas falsas identidades que lo totalizan todo: niegan la buena cocina y universalizan la comida basura. Y son despreciativos de lo genuino, capaces de arrojar por la borda de lo virtual tu verdadera identidad.

La buena cocina necesita de tiempo. Que los productos sean naturales y criados en nuestra huerta, en nuestro mar, para que tengan los sabores de nuestra tradición gastronómica. No le hace falta ningún título de estrella Michelín, ya lo posee, lo ha demostrado. Hay que darle tiempo y una mesa familiar, y no las prisas de Masterchef celebrity que, con tanta aceleración, se nos indigestan los alimentos. 
La vida acelerada es la raíz del problema, porque es el tiempo lo que hemos perdido, el cual nos lo compra y nos lo vende. Comemos como utilizamos la servilleta de papel, para usarla y tirarla. Hemos dejado de ser cocineros y comensales de nuestra cocina tradicional. Esto confirma lo dicho por Ludwing Feurbach: que somos lo que comemos. 
Las preguntas obligadas que nos debemos hacer, para reflexionar sobre la pérdida de nuestra identidad histórica y cultural, donde la gastronomía ha tenido una función importante, serían: ¿Si somos lo que comemos, en qué nos hemos convertido? ¿Qué será de nuestra gastronomía como cultura culinaria? Las repuestas están presentes: una vida acelerada, una sociedad de despojos y desperdicios. Nos queda el consuelo, si se puede, de hacer un huerto en la terraza de nuestra casa. Volvernos a preguntar: ¿Dónde queda nuestra identidad como persona, como ser social y político?
Y si algún día eres dueño de tu tiempo y quieres comer bien, cocinas tú y pon los siguientes ingredientes: amor y tiempo al cocinar como lo hacía mi abuela y mi madre. Elaborar los alimentos como la mejor medicina para tu cuerpo, así recomendaba Hipócrates. Comparte tu mesa con la familia y con los amigos, como hacía el buen anfitrión Cicerón. Sirve el tipo de comida cuya historia conozca. Tus secretos de la buena cocina serán mejores si son conocidos, para que continúen existiendo.